|  | HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE ESPAÑA. ANALES DE LA GUERRA CIVIL: 1833 - 1886LIBRO PRIMEROLA COALICION TRIUNFANTE
             I
                 La
            coalición que derribó a Espartero de la regencia triunfó por completo; pero
            desde entonces empezaron para ella las dificultades, y en breve los
            conflictos. Entre los mismos vencedores había un antagonismo mal disimulado,
            sólo contenido mientras hubo que pelear. La posición, pues, de los hombres
            elevados al poder sobre el pavés revolucionario, empezó a ser crítica y
            lastimosa: los que constituían el gobierno habían triunfado de sus propios
            amigos, de sus correligionarios, y para ello se asociaron a un enemigo común de
            todos, que, como había tenido grande parte en el triunfo, no podía menos de
            tenerla en el botín. Esto hacia aún más desesperada la situación de aquel
            gobierno, que empezaba a experimentar las consecuencias de sus errores.
                 A
            ser más justa la causa de la coalición, a representar un principio salvador,
            la marcha política habría sido más fácil; pero aquella revolución no llevaba
            encarnada otra idea que derribar al regente, y facilitar a oco la mayoría de la reina, poniéndose en contradicción con la misma idea
            combatida por la coalición antes.
             No
            había en aquel gobierno ningún hombre capaz de impedir la preponderancia a que
            aspiraba el partido moderado; y si la mayor parte de sus individuos obraban
            con lealtad y trataban de salvar los principios progresistas del peligro que
            les amenazaba, no faltaba algún personaje, y no de los menos preponderantes,
            que por torpeza, sobrada condescendencia o mala intención, llevaba, al partido
            progresista al abismo, en el que al fin naufragó. Había honradez y grande
            probidad en aquel ministerio, pero careció de pericia y acierto, de esa
            resolución de que no deben carecer jamás los hombres públicos, y que en
            aquellas críticas circunstancias tenían el deber de poner en práctica. El
            general Serrano tuvo fuerzas y elementos sobrados en el ejército para haber
            anulado al general Narváez, y éste no dejó de darle ocasiones en que pudiera
            haberlo hecho con sobrada razón. López pudo impedir que rodeasen a la reina
            (Isabel II) personas que necesariamente habían de ejercer una influencia
            perniciosa e ilegal. Desconocer esto, era más que candidez, y conociéndolo,
            como no podía menos, le faltó resolución y ese tacto político a pocos
            concedido.
                 
             II. ERRORES
            Y CONTRADICCIONES
                 El
            mismo 23 de Julio, que fue ocupado Madrid por las fuerzas coaligadas, se
            instaló el gobierno provisional, compuesto de los señores López, Frías,
            Serrano, Ayllon y Caballero; se dio a D. Juan Prim el
            gobierno de la plaza, y a Narváez la capitanía general, promoviéndole a
            teniente general. No se respetaron las bases de la capitulación, se disolvió la
            milicia nacional, se sustituyeron ilegalmente la Diputación y el Ayuntamiento,
            faltando, no sólo a la Constitución, sino a la verdad y al sentido común, y
            aquel gobierno que, protestando un idólatra culto al código fundamental, sentó
            las bases de la coalición y derribó al regente, barrenaba ese mismo código,
            hacia traición a sus antecedentes, conculcaba las leyes que aclamara, y lanzado
            en la resbaladiza pendiente de las ilegalidades, nada le contuvo.
             Disolvió
            el Senado, fiel guardador de los principios progresistas y hasta de la honra
            nacional, haciendo frente a las poco meditadas palabras de Guizot, y tomando
            la iniciativa en la cuestión Salvandy, y como
            necesitaba vivir, hasta obligó al pago de las contribuciones no votadas por las
            Cortes, a pesar de que el regente, más escrupuloso, había dicho dos meses
            antes que nadie tenía obligación de pagarlas. Tales medidas se adoptaban
            invocando la Constitución que se infringía y el orden que se alteraba. Mucho
            debían sufrir indudablemente los progresistas que había en el gobierno al
            ponerse en tan palpable contradicción con los antedentes de toda su vida y con sus recientes palabras, pero más sufría el país; si bien
            éste no tenía que culpar más que a sí mismo, pues en la formación de las juntas
            dominó el elemento moderado, se apresuraron a dar las armas a jefes y generales
            cede aquel partido, y lo mismo los destinos públicos. Y los que alzaron
            pendones con el lema de Constitución de 1837, Isabel II y programa del
            ministerio López; los que hacían alarde de profesar los principios de
            libertad, recordaban sus sacrificios liberales, su sangre derramada en defensa
            de la Constitución, y protestaban y juraban de la lealtad de sus sentimientos,
            y de la pureza de sus intenciones: dueños de la fuerza que se les encomendó
            para defender aquellos principios, la emplearon para sobreponerse a todos. Eran
            lógicos, aunque no fueran consecuentes.
             Ocasiones,
            sin embargo, tuvo el gobierno para sacar triunfantes los principios
            progresistas, y no las supo aprovechar, como sucedió con el nombramiento de
            Tutor de S. M. y A. que había ejercido D. Agustín Arguelles, y en cuanto establecióse en Madrid el gobierno que arrojó al regente,
            dimitió, diciendo a D. Joaquín María López en carta particular, que si no era
            pronto reemplazado abandonaría la tutela. Difícil era el reemplazo, pero
            indispensable aunque se infringiera la Constitución, y creyó el gobierno
            hallarle digno en D. Manuel Cortina, no podía ser más acertada la elección;
            pero resistióse cuando se le propuso, y hubo de
            esforzarse hasta la tenacidad para hacer que se pensara en otra persona. Eligióse al Duque de Bailén, que por su edad, categoría,
            conformidad con el pronunciamiento de Septiembre y estrechas relaciones con el
            Duque de la Victoria mientras estuvo en el poder, inspiraba completa
            confianza, aunque no tan ilimitada que dejara de prevenírsele no se hiciera en
            palacio nombramiento alguno sin la previa aprobación del gobierno. Así lo
            aceptó el Duque sin la menor repugnancia, y si bien debía bastar la palabra
            entre tan elevadas personas, pronto se vio que no fue suficiente, y que debió
            haberse consignado en la comunicación que se le dirigió, la restricción que se
            le imponía. Evitáronse así los nombramientos
            importantes que hizo, y alarmaron al ministerio.
             
             Pero
            si en algún asunto determinado pretendía la mayoría del ministerio hacer
            alardes de necesaria resolución, en casi toda su marcha política creyeron
            vadear la situación contemporizando; y en verdad que al obrar así con el proceder
            que tuvo el Duque de Bailén, fue harto cándido. Y seguramente que las
            dimisiones de Arguelles, de la Condesa de Mina y de D. Martin de los Heros, que dejó también la intendencia de palacio y
            recuerdos de su administración que la eternizan y no ha tenido imitadores,
            tenía una importancia política, que si fue por algunos apreciada, no se
            tuvieron muy en cuenta sus fatales consecuencias, hasta que se vieron los
            resultados, cuando no había remedio.
             
 III. SÍNTOMAS FUNESTOS No
            podía ignorar el gobierno las opuestas tendencias que habían coadyuvado al
            pronunciamiento, y menos aun las que demostraban conseguido el triunfo,
            pidiendo las juntas de unas provincias que no se desvirtuara la misión política
            y conciliadora del ministerio para evitar la reacción, otras que se celebrara un
            concordato con el Papa para destruir «las heréticas preocupaciones del viejo
            liberalismo», y no faltaron tampoco pretensiones avanzadas hasta el
            republicanismo. Reflejábanse también en la prensa las
            contrarias opiniones de los coaligados; y considerando los absolutistas
            favorable a ellos la situación, abogaron por el restablecimiento de la
            Inquisición, llamándola ídolo del pueblo; calificaron robados los bienes
            nacionales que habían sido del clero, y tal desconcierto de ideas se
            introdujo, que El Eco del Comercio, autor y adalid de la coalición, no pudo
            menos de lamentarse del triste cuadro que presentaba la nación a resultas de
            los últimos acontecimientos. Sobrados motivos tenían los promovedores de
            aquella revolución, los que dudaron de la lealtad de Espartero, para estar
            arrepentidos. La situación era cada vez más crítica, el conflicto crecía y el
            gobierno se dirigió a la nación para explicar brevemente su origen
            revolucionario, su propósito de salvar la situación, las instituciones y el
            trono; de cumplir exactamente el programa del gabinete de 9 de Mayo, que no
            habría reacciones de ninguna especie, cumplirían la voluntad nacional,
            salvarían la Constitución y la reina, y procurarían que la España adquiriese
            nuevos títulos a la consideración de las naciones civilizadas.
             Los
            hechos vinieron a demostrar que la Constitución no peligró con el gobierno del
            regente; ya veremos si sucedió lo mismo con el de la revolución que le derribó;
            ya veremos que los hombres que basaban su poder, no en el código fundamental,
            sino en el decreto de Junio de la Junta de Sabadel, bombardearon Barcelona
            por pedir el cumplimiento de aquel decreto. O hablaban por convencimiento y
            compadecemos su error, o impulsados por irresistibles influencias y condenamos
            su debilidad. De todas maneras, sus actos contradicen sus palabras, porque
            constantemente infringían la ley de que se llamaban salvadores; y los que
            proclamaban la inviolabilidad de la libertad de imprenta condoliéndose de que
            la hubiera conculcado el gobierno anterior, dejaban impune el atentado de
            militares que allanaban redacciones y destrozaban imprentas: se ordenaban
            destierros arbitrarios, se alentaba la indisciplina y se premiaba la rebelión,
            dando un grado a todos los que habían desertado de su bandera, y rebajando dos
            años de servicio a la tropa, vanagloriándose el gobierno de ser «esta
            recompensa la mayor de que había memoria en España y tal vez en Europa»
                 No
            todos pensaban, sin embargo, de la misma manera: no faltó un general que
            excediéndole en patriotismo, se opuso a que se concediera ni un ascenso. El
            general D. Manuel de la Concha, que después de haber organizado los cuerpos de
            Andalucía mezclando en ellos los jefes y oficiales que siguieron a Espartero
            con los pronunciados, marchó a Madrid, deseó oírle el gobierno, y demostróle el general la necesidad de que se desaprobaran
            las gracias de las juntas y que se le admitiera la renuncia del empleo de
            teniente general que le habia dado la junta de
            Sevilla, y se le devolvió. Pero el gobierno estaba imposibilitado de seguir tan
            conveniente consejo; había sancionado muchas promociones de las juntas, estaban
            interesados todos los militares pronunciados en que no se adoptara tan honrosa
            determinación, y tampoco admitieron la renuncia de Concha a pesar de sus
            instancias, manifestándole que, si no por el pronunciamiento, estaba
            justificado su ascenso por los servicios que prestó a la conclusión de la
            guerra civil.
             Espartero,
            en 1840, declaró por toda recompensa que el ejército había cumplido con su
            deber: en 1843 se alentó la insubordinación con grados, y se premió con
            empleos. ¡Funesto precedente que ha tenido después terribles consecuencias!
            Hubo algunos actos de justicia, como el de conferir la primera vacante de
            coronel a D. José Antonio Turón, que acompañó al regente hasta su embarque;
            pero la concesión general de gracias fue cuestión política en mal hora llevada
            al ejército.
                 
             Se
            eliminó a muchos oficiales progresistas; se reintegró en sus grados a los
            procedentes del convenio de Vergara, que por haber tomado parte en la rebelión
            de Octubre de 1841, fueron separados de las filas, y se fue posteriormente
            ensanchando indefinidamente la adhesión a aquel convenio, prefiriéndose a los ex-carlistas a muchos liberales que contra aquellos
            pelearon. Los nuevos defensores de la reina supieron cumplir bien.
             No
            tenía razón de ser la alteración de los colores de la bandera nacional, ni el
            quitar a los regimientos su enseña, rejuvenecida su gloria en la guerra de la
            independencia y en la civil de los siete años; y sólo puede disculpar la
            vanidad, que se diera a algunas ciudades títulos que seguramente no habían
            conquistado aun cuando no por esto dejaran de ser dignas de conquistarlos; pero
            no tuvo Sevilla ocasión de mostrarse invencible, ni Granada heroica, ni Teruel
            muy noble, muy fiel y muy victoriosa, ni Cuenca intrépida, y era más que
            pueril pretender de este modo dar al alzamiento de 1843 el carácter de una
            lucha que no hubo. Y a la vez que se quería hacer resaltar sus efectos, que se
            ahondaba la sima que dividía a vencidos y vencedores, se celebró el aniversario
            del pronunciamiento de 1º de Septiembre de 1840, que había llevado al ostracismo
            a los que de él volvían por el de 1843, reemplazándoles a su vez los vencedores
            en aquel. Si esto no fue una bufonada, a la que se prestó aquel ayuntamiento
            de real orden, fue una candidez si se hacía sinceramente.
                 
 IV. MANIFESTACION
            DEL 8 DE AGOSTO
                 No
            había esta sinceridad, o no se conocía al menos, en los que se adhirieron a la
            revolución para utilizarla en su provecho; y cuando acababan de introducir en
            palacio elementos amigos, fue notable la manifestación que el 8 de Agosto
            hicieron los ministros en el regio alcázar S. M., el cuerpo diplomático español
            y extranjero, la grandeza, tribunales y corporaciones, de proponer a las
            Cortes, convocadas para el 15 de Octubre, la declaración de la mayoría de la
            reina.
                 El
            presidente, D. Joaquín María López, acusó a la Regencia de haber concluido por
            sus propias y graves faltas, de no haber dejado su respetable investidura, de
            que desoyó obstinadamente la voz de la nación y del Congreso, y lo que era más
            ofensivo para Espartero, de que «el excesivo e increíble cuidado de evitar
            riesgos personales, le impidiera pensar en cosas más grandes y en la situación
            y dignidad del gobierno»; manifestó después que no necesitaba, para completar
            su existencia legal, ningún acto del anterior, apoyándose en la opinión
            nacional, y que la nación quería y necesitaba ser regida por la reina misma,
            que prestaría ante las próximas Cortes el juramento que la Constitución
            prevenía. Se congratulaba de la dicha del día en que empezara de hecho su
            reinado, cuyo solo anuncio comenzó la reconciliación de los españoles, «tan
            generosamente ofrecida por los unos como noble y ventajosamente aceptada por
            los otros;» que así podría admitir los servicios de todos para alcanzar la
            nación la prosperidad a que estaba llamada; que terminó con la Constitución de
            1837 la cuestión política; con la guerra, la de la legitimidad; con la última
            regencia, la ocasión o motivo de males y turbulentas ambiciones, y con el
            último movimiento, la serie de acontecimientos semejantes; y tomando S. M. por
            único norte de su reinado los principios del gobierno parlamentario, reinara
            dilatados años para ventura y gloria de España.
                 La
            reina contestó que había oído con suma complacencia los leales sentimientos
            acabados de manifestar por el gobierno provisional de la nación, y desde el
            día en que ante las Cortes prestara el juramento a la Constitución del Estado,
            se ocuparía en procurar la felicidad de los españoles.
                 Este
            acto tan solemne fue una gran debilidad del ministerio, pues sobre no producir
            otro resultado que comprometerle a proponer y sostener en las Cortes su
            aprobación, evidenciaba que no tenía la fuerza suficiente para dejar de ser
            instrumento de los que tanto interés mostraban en la mayoría de la reina. Y
            cuando tanto interés aparentaban los ministros en resistirla tendencia
            moderada que les acosaba, cuando en casi todos sus actos públicos, a favor de
            la imprenta y de los periodistas, de la tolerancia, de todo cuanto pudiera
            interesar al partido progresista se mostraban sus amigos, cayeron en el lazo
            que sus expertos contrarios les prepararon. No podían considerarse
            sorprendidos, porque apoyo eficaz y valiente tuvieron los ministros para
            resistir la insistencia de los moderados, y tales razones oyeron, que se
            decidieron a resistir, y lo hicieron por algún tiempo, tan grave era la
            exigencia, aplazando su resolución para cuando las Cortes se reuniesen, que es
            a quienes correspondía resolver la cuestión; pero no les faltó un momento de
            debilidad que supieron aprovechar los que de la declaración de la mayoría
            basaban sus proyectos y esperanzas, y transigió el gobierno para su mal y el
            de su partido, y abdicó de su fuerza, de su independencia y de su libertad.
                 Harto
            conocía López, y así lo manifestó en su exposición razonada de aquellos
            sucesos, que «el acto de declarar a S. M. mayor de edad era de suyo grave y de
            graves y trascendentales consecuencias; y sin embargo accedió, o más bien fue
            consecuente el gobierno con la opinión que tuvo desde los primeros días que
            ejerció el poder, aun cuando manifestó que «de una opinión a un hecho media una
            distancia inmensa, y la del gobierno no podía salir del círculo de sus ceñidas
            atribuciones, ni pasar jamás a adquirir la fórmula solemne y decisiva que sólo
            competía darle a la representación nacional».
                 Se
            esfuerza en demostrar que el gobierno provisional no podía continuar ni de
            derecho ni de hecho, porque lo primero no se reconocía en la ley fundamental,
            y en tiempos de grandes revueltas el prestigio es efímero; que tampoco querían
            sus individuos continuar en el mando, aceptado con repugnancia y amarguras,
            después de tenazmente resistido, y no hallando sino dos caminos que seguir, o
            nombrar una regencia, o declarar la mayoría; optaron por lo último, por
            creerlo menos peligroso, y se decidieron a la escena del 8 de Agosto,
            dispuesta, dice, espontáneamente por el gobierno, y creyendo interpretar la
            opinión del país.
                 Ni
            la reina fue declarada mayor en este día, ni produjo tan ruidoso acontecimiento
            otro resultado que comprometer a los ministros a proponer y aun a sostener en
            las Cortes que así se hiciese: fácil es de conocer que semejante concesión fue
            poco honrosa para ellos: los que a hacerla los obligaron, o dudaban de sus
            convicciones o de su palabra; una prenda que de las unas o de la otra les
            asegurase querían a toda costa: el gobierno, prestándose a darla, reveló su
            debilidad, y tomó anticipadamente un compromiso que le habría impedido en
            circunstancias que pudieran tal vez sobrevenir, obrar con la independencia y
            libertad que deben siempre tener y procurar a toda costa conservar los que
            mandan.
                 Para
            hacer más significativo el acto, después de besar Narváez la mano a la reina
            que se acababa de proclamar, se presentó en la Plaza Mayor con el brigadier
            Prim, ya Conde de Reus, y al frente de las tropas allí reunidas, victoreó a la
            Constitución, a la reina y al gobierno provisional, y marcharon a desfilar ante
            la reina, asomada al balcón principal de palacio, acompañada de su hermana,
            del Infante D. Francisco y su primogénito, de D. Joaquín María López, general
            Serrano, Duques de Bailen y de Zaragoza, Olozaga y otros.
                 Al
            concluir el desfile circuló una proclama de Narváez a los soldados, llamando
            nuevamente ambicioso, desleal e ingrato a Espartero, grosero satélite del
            despotismo, tirano y cuanto podía demostrar la fanática pasión que a todos
            cegaba, proclamando después el principio santo de la tolerancia y de la
            reconciliación, lo cual parecía un sarcasmo: recomendábales la disciplina y la unión; que él daría el ejemplo de la sumisión, del respeto,
            y sería el primero en acatar la ley, la Constitución de 1837, ese gobierno que
            la nación se ha dado, al que debía su vuelta a la patria, inmensa deuda de amor
            y de agradecimiento.
             Para
            no omitir nada referente a aquella anticipada proclamación de la mayoría de la
            reina, añadiremos que su hermana Doña Luisa Fernanda la escribió gozándose de
            que tomara las riendas del Estado, y la anunciaba el regalo que la hacía, que
            consistía en un alfiler con una F, que quiere decir: Felicidad para el país y
            para la reina.
                 La
            reunión de los amigos de la paz y la libertad, establecida en Madrid, dio un
            manifiesto, como otras juntas y corporaciones, protestando su respeto a las
            leyes, por lo que había visto con dolor la abrogación de poderes en perjuicio
            de la Constitución que se deducían del ceremonial del 8 y del discurso de
            López, porque ocupando Isabel II el trono en virtud de un acto de la soberanía
            nacional, no se podía permitir la aclamación fuera del recinto de las leyes,
            ni por los depositarios del poder, ni menos por los jefes, de la fuerza armada;
            porque si tal hecho quedase sin censura y tolerado, podría un día un partido o
            un jefe ambicioso extender la mano hasta la diadema real y aclamar a otro
            soberano, produciendo una nueva guerra civil; pedía la convocación de una junta
            central con poderes limitados, para reorganizar todos los ramos de la
            administración, y que se reunieran Cortes constituyentes.
                 
             
 
 V. ADMINISTRACION
            PÚBLICA
             El
            Ministerio creía que había hecho la revolución política, y que podía hacer la
            social promoviendo, creando y enlazando todos los intereses que afirman las
            instituciones y los gobiernos. Conoció que la formación de una buena
            estadística es base de la equidad y de la justicia en la distribución de los
            impuestos; pero en lo que entonces se hizo parecía obedecer más al pensamiento
            de formar una comisión con regulares sueldos, que conseguir con la necesaria
            premura, si no el objeto que el gobierno se proponía, dar los primeros pasos en
            lo que tanto interesaba y tanto se podía hacer, y en lo que aún hoy reclaman la
            equidad, la justicia y el bien público.
                 No
            era menos importante la reforma, o más bien la formación de nuestros Códigos, y
            se creó para ello una comisión presidida por Cortina, y compuesta de las
            eminencias del foro, mostrando su patriotismo y desprendimiento con la renuncia
            del sueldo quedes señalaron. Debióse a aquel gobierno
            el primer camino de hierro que ha habido en España, el de Barcelona a Mataró, a
            propuesta de D. José María Roca; y con otro particular, con don José Salamanca,
            celebró la famosa contrata en la que se pactó la anticipación que éste había de
            hacer de 400 millones de reales, aplicados a la construcción de caminos,
            canales y otras obras públicas, reintegrándose de aquella cantidad con bienes
            nacionales.
             Hubo
            de publicarse el expediente en la Gaceta, lo cual fue la señal de una verdadera
            asonada de quejas, de peticiones, de un sin fin de escritos para dar en tierra
            con este proyecto. En 11 de Noviembre el gobierno sometió su plan a las Cortes,
            en que reconocía paladinamente que era contrario a la ley; mas para aquellos defensores impertérritos de la legalidad en los bancos de la
            oposición, conculcar las leyes como ministros era ya un estado normal. Las
            personas consultadas, decía la Exposición de motivos, no dudaron en aconsejar
            la adopción del contrato, a pesar de la trasgresión de la ley que envolvía, y
            el gobierno se decidió a arrostrarla para aprobar el contrato, esa infracción
            de la ley y la de las demás disposiciones que rigen para la enajenación, fueron
            las que precisaron al gobierno á pedir el voto de
            indemnidad.
             Salamanca,
            al que asistía incontestable derecho para reclamar el cumplimiento del
            contrato, había propuesto se sacase a pública subasta; pero fue tal la
            oposición que halló el proyecto, herido de muerte desde su aparición, que ni
            mereció los honores de la discusión y fue retirado por otros ministros.
                 La
            tantas veces proyectada navegación del Tajo desde Aranjuez a Lisboa, fue objeto
            igualmente de la solicitud del gobierno, así como levantar un exacto mapa de
            España, pretendido ya por el ministerio de la Regencia, obra de que hemos carecido hasta que el Sr. Coello ha dotado con su ilustrada
            perseverancia de este monumento a nuestra patria, y ahora el eminente Ibañez la honra y la enaltece con su mapa sin igual.
             También se le debió el principiar la construcción del actual Congreso, y otras obras más o menos útiles. La
            reconocida ilustración de los individuos del Gobierno provisional no podía
            desatender la instrucción pública, barómetro de la civilización de los pueblos,
            fuente de dignidad y manantial de fecundas ideas, y las escuelas normales, la
            segunda enseñanza, la ciencia médica y la del derecho administrativo, tan
            necesaria siempre, experimentaron su poderosa iniciativa, su protectora
            influencia, y en breve tiempo esparcieron semillas que habían de dar preciados
            frutos.
                 Acordaron
            la creación de bibliotecas militares en la capital de cada distrito, fundando
            el decreto en que no era conveniente ni decoroso que el ejército español
            permaneciera estacionado ante el movimiento progresivo de Europa en los
            adelantos de la guerra; que por esto se envió al extranjero una comisión de
            jefes y oficiales de las diferentes armas, para adquirir y propagar después los
            conocimientos que adquiriesen; pero no siendo esto bastante, creó el Gobierno
            las bibliotecas militares, como poderosos medios de instrucción de que el
            ejército carecía. Los que debían secundar tan útil medida no cumplieron cual
            debían, y el ejército español, tan superior por algunas condiciones inherentes
            a su carácter, es de los menos adelantados en cuanto a su instrucción
            intelectual. Asusta la estadística de los soldados que no saben leer ni
            escribir; apenas se publica en España un libro de ciencia militar, y algunos
            distinguidos y muy sabios escritores militares son más conocidos en el
            extranjero que por sus compañeros, como podríamos citar más de un ejemplo,
            siendo evidente la poca afición a las lecturas serias que aumentan la
            inteligencia, a la vez que los conocimientos enaltecen la dignidad humana.
                 
             VI. ROMPIMIENTO
            DE LA COALICION
               Una
            semana apenas había pasado del valioso triunfo que obtuvo la coalición, cuando
            de su mismo seno, además del partido centralista, surgió otro que quería la
            reforma de la Constitución, el matrimonio de la reina y la declaración de su
            mayoría en un sentido condicional. Alarmó, como no podía menos, la aparición
            del programa que dio a luz El Eco del Comercio, y le combatió El Heraldo,
            sosteniendo la integridad de la Constitución de 1837, que querían reformar los
            progresistas para suprimir el veto absoluto.
                 La
            coalición era ya imposible: la rompió El Eco a los pocos días, y a la reunión
            electoral que se celebró en el Liceo, caracterizándose más de moderada que de
            coalicionista, se opuso la celebrada en el salón de Columnas del Ayuntamiento,
            a la que El Eco convocó a los progresistas, y se declaró allí disuelta la
            coalición, sólo apoyada débilmente por empleados del gobierno como Mata, y se
            sostuvo que era llegado el día de deslindar los partidos: se veía con alarma
            la presentación de frailes en Córdoba, y enaltecida la Inquisición en Valencia,
            y aunque aficionado a la coalición, como uno de sus autores, tenía miedo al
            retroceso como liberal.
                 Los
            progresistas que no se habían pronunciado y los que se separaban de la
            coalición, proclamaban la convocatoria de una Junta central con los poderes
            necesarios para organizar todos los ramos de la administración pública, que los
            poderes de esa Junta fuesen por tiempo limitado y breve, y se reuniesen después
            inmediatamente Cortes constituyentes que decidirían la cuestión de la mayoría,
            con las demás que exigía el bien de la nación.
                 Los esparteristas, representados por El Espectador,
            tuvieron otra reunión en el Instituto, en la que fue considerado el regente
            víctima de ajenos errores; se invocó su nombre, como áncora de salvación en el
            naufragio que experimentaban unos y temían otros, y se proclamó la integridad
            de la Constitución de 1837, procurando así hacer frente a los que estaban
            decididos a anticipar la mayoría de la reina. Comenzaron estos a formar el
            partido parlamentario, que consideraron como la necesidad de todos los
            partidos, su fe pura presentando la monarquía como el principio de libertad
            conciliado con el orden y con el progreso, deseando la formación de un
            gobierno verdaderamente constitucional con la bandera de paz, reconciliación y
            libertad. Magnífica teoría si hubiera sido practicada, si se hubiera tenido el
            propósito de realizarla después de las elecciones.
                 Este
            principio de tolerancia, base de una perfecta unión, no podía existir, como no
            existía. Había roto El Eco la conciliación, y El Heraldo acusaba al ministro de
            la Gobernación de falsear las bases del programa, de ejecutar actos tan
            ilegales como apasionados, algunos de los cuales calificaba de escandalosos,
            sin que dejara de censurar también muchos de los nombramientos que se hacían
            para Hacienda.
                 Pero
            lo que a  la sazón interesaba era ganar las
            elecciones, y en la reunión celebrada el 25 de Agosto en el salón del Liceo por
            el partido parlamentario para organizar los trabajos electorales, se sometieron
            todos a las valientes y atrevidas ideas que emitieron con fervoroso entusiasmo
            González Brabo y Sartorius; aunque no era gran valor
            desafiar desde el poder a los de él alejados, y que poco antes habían sido los
            amigos del primero. Pero ya había empezado éste a correr la pendiente que tanto
            le separó de los progresistas, entre los que interpuso un lago de sangre.
             Se
            nombró una comisión que redactó un manifiesto con muchas firmas, y todos se
            aprestaron a la lucha. A algunos les pareció que sería más gráfico el nombre de
            partido nacional que parlamentario, porque se ponía así al parlamento sobre
            todos los poderes; pero todos convinieron en proclamar la Constitución en toda
            su pureza y el trono en toda su fuerza. No había, sin embargo, la necesaria
            unión entre los que habían triunfado. Los hombres de procedencia moderada
            empezaban a combatir al gobierno, aunque proclamaban el olvido de lo pasado;
            pero ya se pedía la inmediata y solemne declaración de la mayoría de la reina,
            la reforma y organización completa de la administración y, en una palabra,
            adquirir el poder.
                 Los
            progresistas que no se habían coaligado y los que de la coalición se separaron,
            tuvieron también sus reuniones, y dieron su manifiesto proclamando la
            tolerancia, la Constitución de 1837 fiel y estrictamente observada, el trono
            augusto de Isabel II constitucional y la independencia nacional.
                 
             VII. PRELIMINARES
            ELECTORALES
                 La
            lucha electoral daba tristísima idea de la posición en que se habían colocado
            los partidos, y auguraba los resultados que debía producir. Los hombres más
            opuestos y antipáticos, los que era absolutamente imposible se aviniesen, tales
            y tan profundas eran sus diferencias, figuraban en unas mismas candidaturas,
            sustentando, al parecer, idénticos principios, y tomando sobre sí iguales
            compromisos. Era candidez o malicia; de todos modos, conocíase fácilmente que unos y otros se proponían obtener el triunfo, si lo conseguían,
            y conquistar para sí la posición que a todos no podía ciertamente contener a un
            mismo tiempo.
             Pero
            en esto obedecían a la índole de las coaliciones, cuya misión es destruir,
            para lo cual es fácil ponerse de acuerdo, no para edificar en lugar de lo
            destruido, que para esto, cada una de las fracciones tiene diverso sistema, e
            instintivamente se propone realizarlo, dirigiendo a ello siempre, y a veces
            sin pensar, sus esfuerzos y su interés.
                 De
            la comisión que se instaló en Madrid, se nombró individuo a Cortina, sin su
            conocimiento y hallándose ausente. El giro que habían tomado los negocios
            públicos y la actitud de los moderados, le hicieron temer por los principios
            que, como progresista, había siempre sostenido, y la suerte de los que a este
            gran partido pertenecían, se le presentaba a cada paso más triste y
            desastrosa. Forzado a optar entre un rompimiento, que decididamente hubiera
            separado los campos, o la contemporización por algún más tiempo, le decidió
            por esto último, animado del deseo de contribuir, si podía, en el terreno aún
            común, a salvar los principios y aun las personas, que en tan grave riesgo
            veía; y no fue otro seguramente el proceder del hombre que nada ha querido de
            los gobiernos, que ha resistido tenazmente , y hasta un punto inconcebible a
            veces, las ofertas de todos. Asistió a las reuniones de la comisión electoral,
            y suscribió la alocución que se dio a los electores, porque en ella se decía
            que la Constitución de 1837 ha pasado por las pruebas más duras y ha resistido
            a los embates de los trastornos populares y a los rudos golpes del poder caído:
            la Constitución del 37 se ve de nuevo amenazada; la Constitución del 37 que,
            según la experiencia ha acreditado, afianza las libertades públicas sin poner
            embarazo a la acción expedita del gobierno, es por lo mismo la piedra angular
            en que ha de descansar nuestro edificio político, y constituirá el baluarte
            inexpugnable desde donde defenderemos resueltamente a la patria de toda clase
            de enemigos.
                 Los
            Sres. Castro y Orozco, Pidal, Sartorius y otros que destruyeron esa misma
            Constitución al poco tiempo, firmaban esta profesión de fe política, por
            ninguno de sus correligionarios contradicha ni impugnada entonces, sino
            alabada. Si a la sazón creían lo que dijeron, si la Constitución del 37
            afianzaba las libertades públicas, sin poner embarazo a la acción expedita del
            gobierno; si era la piedra angular de su edificio político; si era el baluarte
            inexpugnable desde donde se proponían defender la patria contra toda clase de
            enemigos, ¿por qué la reformaron? Si pensaban que era preciso variarla, ¿por
            qué suscribieron lo que no sentían, y a desmentir en la primera ocasión que se
            presentara estaban resueltos? Imposible es seguramente, a no declararse
            ignorantes, que contestaran a la grave acusación que podría con estos datos
            formularse; y para que su vergonzosa contradicción, hija, si no de la más
            insigne deslealtad, de la más crasa ignorancia, apareciera de bulto, que la
            experiencia había acreditado, proclamaron en 1844, no estaba en armonía la
            Constitución del 37 con el verdadero carácter del régimen representativo, ni
            tenía la necesaria estabilidad.
                 Semejante
            conducta subleva a todo sentimiento de honradez, y puede absolverse en el
            terreno de la historia a los que pudieron ser víctimas de un engaño, que jamás
            debieron temer, por lo inesperado de la hidalguía castellana, sacrificada a lo
            que intereses mezquinos exigieron del modo más lastimoso. «No más reacciones;
            no más medios de fuerza, ni por parte del poder, ni por la de los partidos», se
            decía en la misma alocución; y algo era todo esto si con lealtad se hubiese
            cumplido: era al menos cuanto en aquellas circunstancias podía desearse, y bien
            merecía que para obtenerlo se hiciera cualquier sacrificio, y lo hizo Cortina, poniendo
            su firma al lado de las de personas de quienes siempre desconfió. La confianza
            que en ellas tuvo fue su falta, que bien pagó después, aun cuando, aumentándose
            cada día sus recelos, dirigió sus esfuerzos a no contraer compromisos de
            ningún género que le impidiesen combatir los planes de reacción y exterminio de
            los progresistas, que estaba seguro habían de desenvolverse. Se negó a las
            combinaciones ministeriales que se le propusieron, en las que se le ofrecía la
            mejor parte; rehusó, bajo el frívolo pretexto de ser inspector general de la
            milicia nacional del reino, la candidatura para diputado por Madrid, que la
            comisión electoral, sin su conocimiento propuso, porque no quería deber a los
            votos de los moderados su posición en el parlamento: se negó a una conferencia
            con Martínez de la Rosa, a que se quiso con empeño concurriese, aun cuando
            dicho señor acababa de decir en una carta, a la que dio publicidad el Conde de
            las Navas: «La amnistía concedida por el ministerio López, decía, es el acto más
            grande y que más honra al partido del progreso, elevándolo a una altura de que
            no hay ejemplo en las historias; y yo, que ni debo ni quiero figurar más, si D.
            Joaquín María López me necesitara de escribiente suyo, iría a trabajar a su
            lado como tal». No se decidió tampoco Cortina a aceptar el cargo de diputado
            por Sevilla, sin asegurarse antes de que, aun sin los sufragios de los colegios
            en que la candidatura de la coalición fue votada, habría resultado elegido; y
            si aceptó una honrosa comisión para felicitar al pueblo de Sevilla por su
            resistencia, haciendo completa abstracción de la cuestión política, le habló de
            los peligros y glorias, y condenó el bombardear un pueblo abierto: quería,
            pues, Cortina conservarse en libertad para resistir la reacción que preveía, y
            en cuya posición se encontraban los más de los progresistas; aunque había otros
            que, más accesibles a la seducción, o confiados en demasía, estrechaban su
            alianza con los moderados y contraían compromisos, que, llevaron después a los
            más hasta apoyar todas las injusticias, arbitrariedades y excesos que tuvieron
            después lugar, impidiendo así aquellos inconsecuentes progresistas, que la
            oposición de los otros fuese tan enérgica, poderosa y eficaz como se necesitaba
            para que diese algún resultado.
                 Dueños
            en gran parte del ejército los moderados, en posesión de muchos cargos públicos
            de los más importantes, casi dominando en palacio, iban reuniendo los
            elementos necesarios para arrojar la máscara y realizar su pensamiento; y ya
            porque no se creyeran bastante fuertes para ello, o por la irresolución y
            falta de energía que ha mostrado en ocasiones este partido, aunque le ha
            sobrado en otras, procuraba a toda costa que los progresistas consumasen la
            obra, y emplear como instrumento a los que se prestasen a auxiliar sus
            intentos reaccionarios, que cuidaban, para mejor lograrlo, encubrir y
            disimular, y a veces su órgano genuino, El Heraldo, se ostentaba más
            progresista que los mismos progresistas.
                 
             VIII. OFRÉCESE
            LA JUNTA CENTRAL. SU PRIMERA PROCLAMACION
                 En
            este país de pronunciamientos, ya que no digamos de guerra civil constante, no
            podían faltar en tan propicia ocasión, y en Cataluña se proclamó una Junta
            central, lo cual era una novedad contraria a las tendencias tradicionales de
            aquel país, poco afecto al poder unitario; pero tuvo gran instinto
            revolucionario, aunque faltó audacia. Era justo el manifiesto que dirigió el 29
            de Julio al gobierno, recordándole su origen y exigiéndole el 1 de Agosto
            con más energía; pero el ministerio, teniendo en cuenta que el mayor número de
            provincias no pedían lo que Cataluña, y asesorado, siguió adelante con su
            obra, y despechada la Junta, protestó contraía convocación de las Cortes, y
            declaró que los Ministros nombrados por ella faltaban a sus palabras; pedía la
            convocación de una Junta central, calificando de nulas o ilegales las Cortes
            llamadas, por faltarse al artículo 19, que no permitía la renovación del Senado
            sino por terceras partes, y a estos documentos, presentados al gobierno por
            diputados de la Junta, contestó aquel declarando tales corporaciones meramente
            auxiliares. Obedecieron todas, incluso la de Barcelona; mas al día siguiente salió una protesta contra el decreto de Madrid, e inmenso
            gentío paseó una bandera con el lema de Junta central. El capitán general, al
            ver este pendón de guerra, desarmó por sorpresa al primer batallón de
            voluntarios; corren todos a las armas, las recobra el primer batallón que se
            apoderó de Atarazanas, se refugió la autoridad militar en la ciudadela,
            resuelta a sostener el orden, envía el Gobierno en su ayuda al brigadier Prim,
            y lo que sucedió nos ocupará más adelante.
             
             IX. RECHAZA
            EL MINISTERIO LA JUNTA CENTRAL
                 
             
             Así,
            pues, y prescindiendo de los compromisos que el general Serrano contrajera en
            Barcelona al constituirse en gobierno provisional, y de cuyos compromisos no
            participaban sus compañeros, obró con prudencia y tino el ministerio,
            resistiendo la convocación de la Junta central, que habría llevado la
            revolución por un camino desconocido no exento de peligros, por lo heterogéneo
            de los elementos de que la Junta se compondría, dominando en ella el partido
            moderado; y aun sobreponiéndose los progresistas, la revolución habría ido más
            adelante de lo que muchos querían, sin que prejuzguemos si habría sido o no un
            bien.
                 Las
            Cortes, áncora siempre del pueblo español, no presentaban tantos inconvenientes
            y era lo legal; porque sólo ellas podían encauzar debidamente la revolución y
            proporcionar un desenlace fácil y conveniente a la complicadísima situación
            que se había creado, y tantos recelos y desconfianza a todos inspiraba. Por
            esto decidió el gobierno, no sin tener que vencer grandes dificultades que unos
            y otros le oponían.
                 Y
            gran lucha tuvo que sostener con los decididos por la central, que no
            perdonaron súplicas, reconvenciones, amenazas y hasta apelar a las armas,
            obligando al gobierno a combatir y aun a aniquilar a muchos de los elementos
            con que debiera haber contado para resistir a los que en sentido bien opuesto
            lo mortificaban y afligían; a los que temerosos de que sus proyectos se
            malograsen, y resueltos a arrojar la máscara que aún los cubría, en el primer
            momento en que el peligro que se presentara creyesen exigirlo, procuraban
            preparar el terreno, en que debían a su tiempo evolucionar, y encaminaban todos
            sus esfuerzos a que se declarase por el gobierno mismo mayor a la reina,
            prescindiendo de todas las dificultades que lo hacían en esta forma
            impracticable. Apoyados eficazmente los ministros en la opinión de algunas
            personas, con valentía y tal fuerza de razones, que hicieron enmudecer a sus
            mismos adversarios, combatieron semejante pensamiento, resistieron por mucho
            tiempo tan imprudente exigencia, aplazando la resolución de esta grave cuestión
            para cuando las Cortes se reuniesen, e indicando oportunamente que de ella
            deberían ocuparse. Tuvieron, sin embargo, un momento de debilidad, que
            supieron aprovechar los que de la declaración de la mayoría hacían la base de
            todos sus proyectos y esperanzas. La indefinible escena del 8 de Agosto en el
            real palacio, fue una transacción sin duda éntrelos que procuraban a toda costa
            precipitarían grave suceso, y los que se habían propuesto, si no impedirlo,
            neutralizar al menos las consecuencias de él que presentían. Así lo dijo el
            presidente del gobierno provisional en medio de una inmensa asamblea convocada
            para oírlo.
                 
             X. PRONUNCIAMIENTO
            EN ZARAGOZA
                 La
            aptitud del gobierno en contra del establecimiento de la Junta central ofrecida
            al país, fue un excelente motivo para los que no estaban conformes con la
            marcha política que se llevaba, y era una buena bandera de oposición; así que
            la junta de Zaragoza que había negado su obediencia al ministerio y apoderádose Ortega de la autoridad del capitán general, aun
            cuando vio que no podía continuar como gubernativa, no quería disolverse; y en vista
            de las medidas que empezó a tomar el capitán general López de Baños, le
            propuso quedar como auxiliar del gobierno; pero se opuso el general, obediente
            a las órdenes del ministerio, y la intimó su disolución, que se realizó después
            de una gran junta, a la que concurrieron jefes de la milicia y personas
            importantes.
             Disolviéronse las juntas
            de Huesca, Barbastro y otras, y fue venciendo el gobierno las graves
            dificultades que se le presentaban, que no eran pocas. Las juntas disueltas no
            estaban conformes, en general, con su condescendencia, forzada en algunas; se
            conspiró, y una nueva revolución estalló en Barcelona, como veremos,
            secundando Zaragoza aquel pronunciamiento en la noche del 17 de Setiembre.
                 La
            capital de Aragón no se había adherido al alzamiento de Julio, hasta después de
            instalado el gobierno provisional en Madrid; y aun así, hacia alarde de su
            consecuente afecto a Espartero; era evidente su oposición al gobierno, y
            fuerte, por casi unánime, explicándose naturalmente lo sucedido el 30 de
            Agosto, venciendo los progresistas sobre los pronunciados, desarmándose y
            haciendo salir de la ciudad la fuerza franca, llamada patolea,
            que se había organizado durante los sucesos de Julio.
             Ya
            en la noche del 10 de Setiembre se victoreó en la retreta al Duque de la
            Victoria, sin que esto produjera ni una amonestación. Predispuestos los
            ánimos, se dispuso el pronunciamiento para el 17, en cuya mañana empezaron a
            reunirse en el café de Jimeno los más decididos, permitiéndose demostraciones
            que no fueron reprimidas. Se aumentaron los grupos, pasó uno de ellos después
            de anochecido por frente a la casa del capitán general, situada en el Coso,
            tocando llamada y victoreando a Espartero; hizo entonces presente la autoridad
            militar a la civil y municipal si necesitaban fuerza armada, prevenida en los
            cuarteles; no la creyó conveniente la segunda por no irritar más los ánimos, y
            que iba a disponer se llamase a la milicia, en la que confiaba para mantener el
            orden, pero sólo acudieron los interesados en llevar adelante el movimiento.
                 El
            capitán general, en unión del jefe político, del segundo cabo Cañedo y el
            estado mayor, pasó a visitar los cuarteles; y en tanto, se reunían en la sala
            capitular algunos, jefes de la milicia, a los que manifestó el alcalde primero,
            Sr. Urries, su sorpresa y la del Ayuntamiento por un
            suceso que estaba muy lejos de temer después de la sesión de aquella tarde;
            que esperaba que la milicia nacional, bien convencida de tal verdad y en
            cumplimiento de sus palabras y compromisos, rechazaría las sugestiones de los
            díscolos y ambiciosos que sólo esperaban medrar a costa de los incautos; se
            explicaron en igual sentido D. Pascual Polo y Monge, comandante de la
            caballería, y varios concejales y oficiales que usaron de la palabra; se acordó
            inculcar estas ideas a los nacionales ya reunidos, ideas que aseguraban ser
            las de la inmensa mayoría de la milicia, como se confirmaría el día siguiente
            cuando con la repetición del toque de llamada se reunieran todos sus
            individuos, pues hasta entonces no lo habían verificado más que unos 600, y que
            pasara Urries a ponerlo todo en conocimiento del
            capitán general y jefe político.
             A
            la una de la noche acabó esta reunión, y el alcalde primero, con el síndico Laclaustra, conferenció dos horas con el general, el jefe
            político y el segundo cabo en el cuartel de caballería, y convinieron en
            esperar la resolución de la milicia, por no usar entonces de la fuerza.
            Prudencia fue.
             Se
            convocó nuevamente a los comandantes de la milicia al Ayuntamiento;
            manifestaron estos que la mayor parte de su oficialidad discurría en el
            cuartel el medio de llevar a efecto lo acordado en la noche anterior; se habló
            sobre la poca fe que merecían los que la opinión pública designaba como los
            promovedores de la insurrección, y se insistió en el compromiso de la ciudad
            cuando el general, en cumplimiento de su palabra y de su deber, llegase a hacer
            uso de la fuerza. Convinieron en todo los comandantes, y en sus discursos
            calificaron de malos patriotas a los que trataban de poner obstáculos a la
            reunión de las Cortes. Eran ya las cinco cuando se retiraron de la reunión, y
            volvieron a la que tenía la oficialidad en su cuartel; pero ya no era sólo de
            los nacionales: habían penetrado bastantes oficiales y jefes del ejército y
            personas extrañas, que manifestaron a la oficialidad de la milicia que la
            Constitución peligraba: la proclama de Ugarte, impresa y repartida por la
            noche con notable profusión, la promesa que hicieron los coroneles Muñoz y Decref de que sus cuerpos y gran parte del ejército
            deseaban unirse a este movimiento, el deseo de ser los primeros en el que
            suponían tendría lugar en toda la nación, cambió el aspecto de las cosas, y a
            las siete de la mañana no era difícil prever el resultado. Volvióse a tocar llamada, y acudiendo una mitad de la milicia, acordó el nombramiento de
            una Junta de salvación, efectuándolo con la mayor tranquilidad.
             A
            las diez de la mañana del 18 recibió el capitán general una carta del alcalde
            primero, anunciándole la imposibilidad de llevar a cabo su intento, y que él y
            la corporación municipal se retiraban desde aquel instante a la vida privada,
            puesto que la voluntad de la milicia era apoyar a la Junta que, con el título
            de salvadora de la patria, se había ya instalado y ejercía sus funciones como
            soberana. En su vista, abandonó el general la plaza y el parque de
            artillería, dentro de ella, por carecer de medios para retirarlo sin
            hostilizar a los pronunciados. La salida de algunos batallones ofreció sus
            dificultades, por hallarse en edificios opuestos al que ocupaba S. E.; pero
            ayudaron las demás fuerzas, y no hubo más defección que la de los gastadores
            del provincial de Huesca y algunos oficiales. Acantonóse el cuartel general con cuatro compañías del segundo de Gerona en Cuarte, y
            todas las demás fuerzas de la guarnición y las que iban llegando, en Cadrete, María, cuartel de Caballería y Aljafería, a cuyo
            castillo se replegaron todas las tropas en la mañana del 19, y pasó después el
            batallón de Extremadura a María; el de Gerona, con 40 caballos, a Cadrete; el de Huesca, con 60 de aquellos, a Alagón; el
            cuartel general a la Muela, y las tropas restantes a la inmediación del
            castillo.
             No
            habiéndose atrevido, o no considerando prudente la autoridad militar combatir
            la insurrección, bloqueó la plaza por la derecha del Ebro, en cuanto lo
            permitían las fuerzas de que disponía, abasteciendo a la vez de víveres la
            Aljafería, sin que los bloqueados opusieran el menor obstáculo.
                 Notándose
            síntomas de secundar el alzamiento en Calatayud, fue á esta ciudad el provincial de Lérida; y los regimientos de caballería de
            Sagunto y Villaviciosa, recién llegados de otros distritos, continuaron su marcha
            para Cataluña, dirigiéndose a pasar el Ebro por las barcas de Pina, con orden
            de redoblar su paso, que por extraordinario se recibió del gobierno, apurado
            con el aspecto que presentaban los sucesos en Cataluña y Aragón.
             Reemplazado
            López de Baños por el segundo cabo D. V. Cañedo, trasladó éste su cuartel
            general el mismo día 22 al puente de la Muela, y al siguiente a la Paridera de
            D. Juan Romeo, moviéndose también algunas tropas.
                 
             XI. A
            JUNTA Y SU PROGRAMA
                 Resueltos
            los pronunciados a resistir, emprendieron con fervor los trabajos de defensa,
            montaron artillería y repararon baterías, lisonjeándoles que los bloqueadores,
            en vez de estrechar el cerco, le iban ensanchando, por más que otra cosa se
            dijera, pues hasta el mismo cuartel general, en su traslación del puente de la
            Muela a la Paridera de D. Juan Romeo, entre la carretera de Madrid y la ermita
            de Santa Bárbara, pero mucho más atrás, no hacía más que alejarse de Zaragoza.
                 Poco
            afectos los aragoneses a disimular sus sentimientos, aunque se enarboló la
            bandera de Junta central, su afición era a Espartero, y a él se victoreaba.
            Presentado esto como un signo de desunión de los pronunciados, díjose por sus contrarios al gobierno que la bandera
            levantada en Zaragoza podía prestarle ancho campo para reconciliarse con los
            unos y dejar solos en la lid a los esparteristas:
            algo se trabajó para esto, pero inútilmente.
             La
            Junta provisional que se nombró la componían los señores Franquet,
            Polo y Monge, Muñoz, Ugarte, Mateu, Marracó (don
            Domingo) y Decref, y aunque amigos todos de Espartero
            y deseando que volviera a ocupar la regencia hasta la mayor edad de la reina,
            no estaba lejos un acuerdo con Barcelona para procurar todos el establecimiento
            de la Junta central, que era la aspiración general del partido progresista, y a
            ello ayudaban fervorosamente los incipientes republicanos, aunque no confiaban
            en, el establecimiento de la república, mientras los progresistas estuvieran
            tan encariñados con la reina.
             La
            Junta tenía que dirigirse a los zaragozanos y al país, y lo hizo diciendo que
            «sin Cortes que representen legalmente al país, sin poder real de hecho, porque
            se halla en dominios no españoles, y sin poder ejecutivo de derecho, porque
            ninguno de los actos de los que se titulan ministros provisionales lleva ni
            puede llevar el sello de la legalidad, no tanto por no observar ni ejercer su
            poder con arreglo a las leyes fundamentales, como por el vicioso origen de su
            creación y la ninguna investidura legal que les autorizara, la nación se halla
            en un caso anómalo, en situación no prevista por sus legisladores, y como a la
            fuente de todos los poderes débese acudir en tal
            situación a la soberanía popular. Por esta causa hemos lanzado el grito de
            Junta central, que compuesta de dos representantes de cada provincia, elegidos
            por medio de las municipalidades que representan en mayor fuerza a los pueblos
            y son los depositarios y vigilantes de sus garantías sociales, venga a erigirse
            en representación transitoria, que nombrando un ministerio-regencia nos
            coloque del modo legal más solemne, dentro del circulo constitucional, cuyos rastros ya se desconocen. Entonces el país puede ya ser
            convocado legalmente, y por medio de sus diputados y senadores crear los
            poderes del Estado como tiene establecido en su Constitución de 1837;
            entonces, si quiere, podrá calificar hasta qué punto el primer magistrado de
            la nación correspondió a la confianza que en él depositara; entonces,
            convertidas las Cortes en gran jurado nacional, juzgarán a sus ministros
            responsables y castigarán a los que sin derecho ni título alguno han usurpado
            sus poderes, han roto todos los vínculos sociales, destrozando sus leyes,
            corrompiendo la moral pública y poniendo un sello de infamia y de desprecio
            sobre esta nación, que se afanará en borrarle, mostrándose tan fuerte y
            magnánima como a ello la hacen acreedores sus mejores, más honrados y siempre
            escarnecidos ciudadanos»
             Concluía:
            «Víva la Constitución íntegramente observada; viva la
            independencia y soberanía de la nación; viva la Reina constitucional; viva la
            Junta central.»
             Dióse él mando
            militar de la ciudad, dividida en cuatro distritos, al teniente coronel Decref; se organizaron fuerzas, se hicieron alistamientos,
            y se procuró que todo Aragón secundase el movimiento de la capital.
             
             XII. ALOCUCIONES
            DE LAS AUTORIDADES
                 Los
            bloqueadores en tanto ocuparon por la izquierda el pueblo de las Casetas, y por
            la derecha la venta o parador de Buena Vista, que formaba el extremo de la
            línea por aquella parte, y un batallón de Extremadura ocupó varias casas de
            campo sobre la carretera de Valencia. El provincial de Tarragona se acantonó en
            Alagón. Establecióse la línea de postas y correos por
            Torrero, el Burgo, Fuentes y Pina, con objeto de mantener las comunicaciones
            con Cataluña; se allegaron fuerzas; se cortaron las aguas que desde el canal
            riegan las huertas de la derecha del Ebro; dióse al
            brigadier Campuzano el mando de las tropas que operasen a la izquierda del
            Ebro, donde ya se habían pronunciado Justival, Ayerbe
            y otros pueblos; cruzaron el río por las barcas de Otebo y Alagon; ocuparon los caseríos de Molinos, y Cañedo
            publicó un bando para que todo militar o dependiente del ramo de guerra que no
            evacuase la plaza en el término de cuarenta y ocho horas, quedaba privado de
            sus empleos, honores y condecoraciones, absolviéndose de todo cargo a los que
            se presentasen; y en el mismo día, 27 de Setiembre, dijo a los zaragozanos que
            les contemplaba con dolor, les compadecía y anhelaba el término de sus males,
            porque estaba muy lejos de conceder el nombre que llevaban a los sediciosos que
            especulaban con su reposo y bienestar; estimulaba a los labradores a salir de
            su inercia y sufrimiento; que reconocía en ellos la clase más útil y virtuosa
            de la sociedad; que simpatizaba con ellos; que no retardaran el momento de
            ponerse bajo su protección, y que el ejército, al ocupar la plaza, tendría para
            con ellos particular deferencia, estrechándolos como hermanos, porque
            labradores eran también los soldados que mandaba; que hicieran saber lo mismo a
            los sediciosos que dominaban aquel recinto, que no había alternativa, que
            era llegado el momento de poner término a los males causados, y que si así no
            lo hicieren, si retardasen la sumisión al gobierno, caería sobre ellos su
            execración, como únicos autores de tantas calamidades, permaneciendo en tanto
            el ejército impávido en su puesto, y resuelto a sostener el decoro nacional y
            el honor de las armas, llenaría dignamente su misión.
             En
            el mismo día, el jefe político Sr. Puidulles, dijo
            desde la Almunia, a donde se había retirado, a los zaragozanos, que terminara
            aquella situación, recordándoles que muchas veces ofrecieron sostener a sus
            autoridades y mantener el orden y tranquilidad. «¡Cuántas no exigisteis para
            ello medidas que se llevaron a cabo! ¿Dónde está esa milicia nacional que prometía,
            por medio del ayuntamiento, hacer respetar las providencias emanadas del
            gobierno? ¿Para qué son tantas las promesas si no tenéis valor para sacudir un
            yugo que os impone un puñado de hombres extraviados?»
             
             XIII. BLOQUEO
            —PARTIDAS
                 Dos
            compañías del provincial de Zaragoza, destacadas en Egea de los Caballeros,
            dieron oídos a tres oficiales del mismo cuerpo, pronunciados, y secundaron el
            movimiento el 28; hallándose animadas del mismo espíritu otras compañías de la
            misma fuerza que guarnecían á Jaca y Huesca, conteniéndoles algún tanto las
            autoridades.
                 Estos
            sucesos y otros síntomas inquietaban a Cañedo, que apresuró el estrechamiento
            del bloqueo, haciendo que la división de la izquierda ocupara las avenidas del
            arrabal y el puente del rio Gallego, quedando así bloqueada la plaza en toda
            su circunferencia.
                 Apuro
            grande era este para Zaragoza, y una comisión de su ayuntamiento salió a
            conferenciar con el general para poner término a aquella situación; pero no
            era posible la avenencia: no era cuestión de sumisión, era de transacción, y
            las diferencias no eran pequeñas, ni insignificantes. Aun el levantamiento del
            bloqueo, aunque fuera en parte, no podía ser indiferente al general: no podía
            batir entonces a los sublevados, y los bloqueaba. Es verdad que pagaba el
            vecindario pacífico, y por ello abogaban los pronunciados; pero no podían
            menos de sufrir las tristes consecuencias de lo que es o se llama inexorable
            ley de guerra.
                 Se
            interesó también el ayuntamiento por la clase agrícola, manifestando al
            general no la exasperase, y en esto pudo la autoridad militar haber hecho más
            que dirigirles la anterior alocución, pues no se presentaban grandes
            inconvenientes para el trabajo de los campos, aun con la debida vigilancia.
                 Aún
            insistió el ayuntamiento al día siguiente, y pidió y obtuvo otra conferencia,
            que se celebró sin resultado en la Casa Blanca, a donde se trasladó el general
            en jefe con todo su cuartel general. Se une a éste el brigadier D. José de la
            Concha con fuerzas de infantería y caballería, procedentes de Madrid, que se
            establecen en Torrero y Cadrete, por cuyo primer
            punto fueron ocupando varios caseríos al alcance del fuego del fuerte de San
            José, y por la parte de la izquierda, hasta la torre llamada de los Mosquitos,
            perfeccionándose así más el bloqueo.
             No
            impedía este, sin embargo, la salida de nuevas partidas a alentar
            pronunciamientos, que no lo consiguieron en Alagón: la que mandaba Díaz
            sorprendió e hizo prisioneros en el Frasno a 14
            soldados de Borbón que iban algo enfermos a reunirse al cuerpo; la de Longares
            obtenía en Belchite y otros pueblos buenos resultados, enviándose en su contra
            al capitán Teijeiro con algunos caballos; y dirigiéndose a Fuentes para
            procurar movilizar una compañía de nacionales, y la columna organizada en
            Calatayud contra Díaz, le dió alcance en
            Jarque, rescatando a los 14 de Borbón, hizo 30 prisioneros y quedó mal
            parada la partida.
             Un
            importante adalid se presentó en el campo, Martell, que perseguido de cerca
            desde Tarragona, pasó el Ebro por junto a Caspe y pedía recursos a la junta de
            Zaragoza para ir en su ayuda. En su contra marchó con dirección a Fuentes el
            coronel Mendinueta, reemplazado después por León y Navarrete, con un batallón
            y 86 caballos, porque era respetable la columna de Martell; pero había empezado
            para ella la desgracia: por la activa persecución que se la hizo y otras
            causas, se le separaron dos compañías del Infante a la vista de Alcañiz,
            marchando a Daroca a esperar órdenes del gobierno, a cuya obediencia volvieron;
            no consiguió Martell alojar su gente en Alcañiz, verificándolo en el convento
            de Santo Domingo, extramuros de la ciudad, aun cuando no existía en esta fuerza
            alguna, y días antes se habían adherido gran parte de los nacionales al
            movimiento de Zaragoza; y gracias que la columna de operaciones de Tarragona
            que le perseguía se detuvo en Flix sin continuar la
            persecución a la derecha del Ebro, pero se la previno marchase inmediatamente
            sobre Alcañiz, y se enviaron instrucciones a Mendinueta para destruir a su
            contrario en cualquier punto donde le alcanzase, así como que sofocase el
            pronunciamiento de Velilla.
             Teijeiro
            destruyó en Hijar la partida de Longares, y estos
            reveses, y lo más que cada día se estrechaba el cerco, si eran una contrariedad
            para los pronunciados, no disminuía su resolución, la aumentaba, y su Junta
            continuó infatigable no sólo la propaganda y los aprestos de resistencia, sino
            hasta avanzando en sus aspiraciones políticas: declaró reos de lesa nación y
            fuera de la ley a las personas que se sentaran en las próximas Cortes como
            diputados por Zaragoza, y que la Junta central no se invocaba con el fin de
            legitimar ni consolidar la situación creada en Junio, «sino para crear un poder
            extralegal que, sobreponiéndose a todo, reforme la Constitución en la parte que
            lo exija, dote revolucionariamente al país de tantas leyes orgánicas como
            necesita, y que en vano espera de las Cortes, llámense ordinarias o
            extraordinarias, y, en fin, la junta central debe constituir un gobierno
            democrático o una cosa parecida a una dictadura popular que, prolongándose
            hasta la mayoría de la reina, o más allá si necesario fuere, imposibilite para
            siempre todo retroceso en la vía de la libertad y del progreso…; un grito,
            pues, y la libertad se habrá salvado»
             No
            era oscura ni ambigua esta declaración.
                 
 XIV. CONCHA
            AL FRENTE DE ZARAGOZA
                 La
            situación de Zaragoza inspiraba serios cuidados al gobierno, y envió a
            conquistarla al teniente general D. Manuel de la Concha, que salió en posta de
            Madrid en la noche del 3, y en la tarde del 5 llegó a la Casa Blanca; se
            encargó inmediatamente del mando; pasó al Torrero por el canal para observar la
            situación de las fuerzas; expuso en seguida al gobierno la necesidad de
            aumentarlas para estrechar el bloqueo y activar las operaciones, y que se le
            remitiese artillería, armamento y fondos.
               El
            estado de las fuerzas del ejército que bloqueaban Zaragoza el 5 de Octubre lo
            constituían 12 batallones, 10 escuadrones, 10 compañías y la segunda batería
            montada del 2° regimiento, divididas en tres brigadas, que mandaban
            respectivamente los brigadieres Campuzano, Concha y Pastors,
            y el de caballería Fernández la fuerza de esta arma. El total numérico que
            arrojaban era de 30 jefes, 381 oficiales, 5,945 individuos de tropa y 735
            caballos. Los cantones de estas tropas eran el Torrero, Casa Blanca, venta de
            Santa Ana o puente de la Muela, torre de los Mosquitos, castillo de la
            Aljafería, Cuarte, torres de Veri, de los Esculapios, de Jesús del Monte, de Bazata y del Francés; molinos de papel de Lasco, de San
            Juan y del Pilar; venta del puente Gallego, casa de los Batanes, ventas de
            Paniagua y del Tuerto, y vado y torre del Portil: la
            caballería de España en los caseríos de Molinos. No se trataba sólo de sitiar
            Zaragoza y dominarla, sino de hacer frente a los pequeños pronunciamientos que
            se efectuaban en algunos pueblos inmediatos; conservar la sumisión de otros y
            perseguir a varias partidas; así que parte de aquellas fuerzas estaban
            distribuidas en Calatayud, persiguiendo a los pronunciados en Añón, en la
            Almunia, en Jaca, en Huesca, en Monzón, en Cariñena, en Egea y en Mequinenza, y
            persiguiendo a Martell, que se había alejado de Alcañiz en mal estado e intentó
            regresar a Cataluña.
             Escasas
            eran, en verdad, las fuerzas para tamaña empresa; pero inmediatamente las
            aumentó con dos obuses de a 24 que recibió de Madrid, y reclamó del capitán
            general del décimo distrito un tren de seis piezas de 16 y dos de 24, parque de
            ingenieros, sacos de tierra y fusiles; del comandante general de Lérida tres
            piezas de 16; del gobernador de Jaca 20,000 sacos más, y al ministro de la
            Guerra otro tren de cuatro piezas de 16, dos de 24 y dos obuses del mismo
            calibre, con las dotaciones, servicio y personal correspondiente, y otras
            fuerzas.
                 A
            la vez que allegaba tales elementos para asegurar el éxito, enviaba un ayudante
            de campo a la ciudad, a entregar al ayuntamiento toda la correspondencia que
            estaba detenida, y que la administración de correos remitió con tal objeto al
            cuartel general.
                 El
            7 se cambiaron los primeros tiros. Al hacerse, ya de día, la descubierta,
            rompieron de la ciudad fuego de fusilería, contestado por las avanzadas
            bloqueadoras. No pasó de esto: Concha revistó la caballería, que contestó a su
            alocución victoreando a la reina y al gobierno; adoptó algunas providencias
            para hacer más fácil la comunicación con el castillo de la Aljafería, y
            asegurarle, por los indicios de que intentaban los sitiados por medio de una
            mina apoderarse de él; se estableció una barca en el recodo que forma el Ebro
            frente de la torre de los Mosquitos, en cuyo paraje se reunieron varias barcas,
            se empezó a levantar un pequeño fuerte para protegerlas, y se tomaban cuantas
            disposiciones se creían convenientes para apurar a los bloqueados. Los que de
            estos se limitaban a sus propios esfuerzos, de los que esperaban más que de
            ajena ayuda, más pródiga generalmente de ofertas que de hechos, veían con
            inquietud lo que se les estrechaba, y llevados de su ardimiento querían salir
            a atacar la línea de bloqueo; pero no pensaban todos lo mismo, aun cuando en
            algunos puntos hubieran obtenido lisonjeros resultados. No entraba tampoco en
            el ánimo de muchos tomar la iniciativa en una hostilidad decidida; había
            elevados sentimientos, y hasta a los soldados que salían del hospital y no
            querían tomar parte con los pronunciados, se les permitía marchar a la línea
            bloqueadora. En ella se presentó una comisión de Alcañiz, ofreciendo su
            completa sumisión al gobierno. Desengaño grande fue este para Martell, que
            unido a Baquer, procedente de Zaragoza, se quedó en
            Aragón, marchó hacia los puertos de Beceite, por Valderrobres,
            y le persiguió el coronel Mendinueta. Repitióse, al
            hacerse las descubiertas del día 8, el fuego del anterior, pero tronó además el
            cañón, y salieron de la ciudad algunas fuerzas contra las guerrillas
            descubridoras. Concha comprendió entonces que había puntos débiles,
            particularmente en la izquierda del Ebro, que mandaba Campuzano con escasa
            fuerza, a pesar de la acertada colocación de los puestos, y apremió al
            gobierno para el envío de lo que tenía pedido.
             Aún
            no se había dirigido Concha a los zaragozanos, y lo hizo al fin el 8,
            diciéndoles que, desde donde estaba, en cumplimiento de las órdenes del
            gobierno, descubría los gloriosos vestigios y recuerdos inmortales de la
            fiereza con que habían humillado las águilas vencedoras del capitán del siglo;
            que no se presentaba delante de ellos con el mismo designio que aquel
            extranjero, sino a poner término a sus males, no a destruirlos ni envilecerlos;
            que iba a preservarles de los maléficos intentos de algunos, que apoyados en
            el valor de los zaragozanos y abusando de su generosidad, pretendían derrocar
            las instituciones que regían; que iba a hacerles conocer que sus virtudes les
            destinaban a la defensa de una causa más justa, más nacional; que el nombre de
            Espartero, pronunciado por unos, el de junta central invocada después,
            significaban la anarquía y disolución, cuya calamidad pretendía alejar de
            ellos para evitar la destrucción de la libertad; que alejaran aquella bandera
            funesta, conocieran sus verdaderos intereses y que su causa fuera la de España
            toda, como lo mandaba el gobierno, lo reclamaba su bienestar y el deber y la
            patria la sumisión al gobierno, teniendo él para conseguirlo todos los medios
            y la firmeza que la situación demandaba, pero que le evitaran la dolorosa
            necesidad de emplearlos.
                 No
            veían seguramente los pronunciados en esta alocución ninguna palabra que
            pudiera convencerlos, y comprendiendo que las hostilidades comenzarían con
            fuerza, salieron algunos aquella misma noche a incendiar las barcas de la
            torre de los Mosquitos; acudió un destacamento de carabineros de la orilla
            izquierda y tuvieron que retirarse los zaragozanos, abandonando algunas
            camisas embreadas y otros efectos; sin que esto impidiera que a la madrugada
            intentaran otros apoderarse en ambos lados del Ebro de unas casas de las
            ocupadas en las líneas de bloqueo: acometieron valientes, envolvieron una de
            ellas, y el avance de dos compañías de cazadores les hicieron retroceder. En
            este día se sostuvo un ligero tiroteo por algunos parajes del recinto, en particular
            contra el castillo, donde una bala mató al oficial de Lérida que se hallaba de
            guardia, habiendo además varios heridos. Para estrechar más el bloqueo se
            ocuparon varias casas hacia la parte y bajo el fuego de fusil de San José, así
            como otras entre el castillo de la Aljafería y la torre de los Mosquitos; se
            puso un puesto en una tapia bastante cerca del recinto, a la derecha del camino
            real de Madrid; se mandaron construir blokaus o
            garitos en la izquierda del Ebro, y se llevó de Caspe y Alcañiz la artillería
            y efectos de guerra que en estos puntos había.
             Los
            pronunciados no se descuidaban, aun cuando cometieron no pocos desaciertos, y
            conociendo lo que importaba propagar la insurrección por la provincia, y aun
            por todo Aragón, alentaron a Martell, se unieron a los restos de la partida de
            Díaz, destrozada en Jarque, algunos nacionales de Zaragoza y otros pueblos; se
            introdujeron en Añón, cuya posición y antiguas fortificaciones convidáronles a resistir al comandante Badals,
            que les bloqueó mientras recibía refuerzos de Calatayud y Tudela, que ya se
            necesitaban para apagar el incendio que se propagaba por aquella comarca, así
            como en la de Remolinos, Egea de los Caballeros y Velilla. Armaron las
            autoridades en Calatayud y la Almunia a unos 70 licenciados de cuerpos francos;
            no confiaron los bloqueados en Añón en el auxilio que pudieran recibir y se
            fugaron por la noche, no muy bien unidos, pues no suele dar cohesión el
            peligro y apuro; y como no se veían muy ayudados en cambio de verse perseguidos,
            cundió ese desaliento precursor de fatal término, que no fue bastante a
            impedirle la presentación de alguna nueva partida como la mandada por D.
            Joaquín Gil, que apareció por la parte de Collados y Castejón de Tornos, del
            partido de Calamocha, compuesta de carabineros, fusileros y nacionales. Casi
            toda la gente de Martell y Baquer se presentó a
            indulto en Tortosa, aprovechando la oportunidad del cumpleaños de la reina; fue
            aniquilada la de Ruiz en Viota, presentándose el
            resto en Alcora, no teniéndose ya que atender más que a Zaragoza; pero los
            grupos errantes que vagaban buscaban su salvación, y la partida carlista del
            Groe, que estaba en el Maestrazgo, no era temida entonces. Algún cuidado
            inspiró a Concha el ayuntamiento y milicia nacional de Quinto por sus
            relaciones con Zaragoza; pero envió al coronel Samperez con alguna fuerza, con cuya mitad pasó a Velilla a desarmar la milicia y
            arrestar a los que se correspondían con la ciudad.
             Consecuencia
            del bloqueo establecido, prohibió Concha la entrada en la ciudad a toda clase
            de personas, ganados, comestibles, géneros y efectos de cualquier especie; y en
            celebridad del cumpleaños de la reina hubo salvas, parada, sobre pluses, y en
            la misma orden general en que esto se disponía, ordenaba el art. 5° prender a
            toda persona que desde la plaza fuera a los cantones, y el 6° que los puestos
            avanzados hicieran fuego a la gente armada que saliera de Zaragoza y se
            presentara a tiro de fusil. La junta tenía prohibido salir de la plaza.
                 El
            11 se estrechó más el bloqueo, ocupándose la torre de Irazoqui, a medio tiro de
            fusil de la puerta de San José: la quisieron recuperar los sitiados protegidos
            por el fuego de su artillería, pero fueron rechazados con pérdidas por una y
            otra parte. Por la izquierda de la línea, y por la parte del arrabal, hubo
            también algún fuego, por dirigir el suyo los pronunciados a molestar los
            trabajadores y puestos más avanzados.
               La
            escasez de recursos era el mal de sitiados y sitiadores: a la vez que Concha
            decía al gobierno que apenas llegaban a 3,000 reales. los que existían en
            pagaduría, teniendo tantas atenciones y no habiéndose presentado postores para
            la contrata de subsistencias; la junta escribía a la de Barcelona en demanda de
            dinero y noticias, avisando que la población estaba decidida a defenderse
            hasta el último extremo. Tal era el propósito, y montaron todas las piezas
            útiles.
                 Concha,
            sin embargo, tenía detrás de si al gobierno, todos los poderes de la nación; la
            junta de Zaragoza se dirigía a otra que tenía las mismas necesidades; no
            contaba con otros auxilios; hasta el de la fuerza tenía sus límites, y las del
            ejército sitiador se aumentaba diariamente, organizándole Concha en cuatro
            brigadas al mando respectivo de los brigadieres González Campillo, León y
            Navarrete, Concha y Pastors, y la de la caballería al
            de don Teodoro Fernández, desempeñando además diferentes cargos Blaser, Sandoval, Santoyo, Carrera y otros.
             El
            pronunciamiento de Zaragoza, el de Barcelona y los que le fueron simultáneos,
            no eran resultado de un plan general combinado, porque aún no se había formado
            la junta que al fin se constituyó en Madrid en Octubre bajo la presidencia de
            D. Alvaro Gómez Becerra. Había sufrido rudos golpes
            el partido progresista, era grande su fraccionamiento desde la coalición, y a
            esta junta sólo pertenecían entonces los no pronunciados en Julio, pero a poco
            se amplió, como veremos. El pronunciamiento de Zaragoza obedecía al sentimiento
            general del partido progresista, pero fue prematuro el obrar. La junta conocía
            su situación, mas no creía verse abandonada por sus amigos y correligionarios
            de fuera, y aunque ya había recibido algunos desengaños, y muy especialmente
            en el mismo Aragón, alimentaba esperanzas. Contrariaba mucho sus propósitos la
            estrechez del bloqueo, y solicitó el ayuntamiento del general mandar una
            comisión a Madrid a procurar el término de aquella situación, conferenciando
            con el gobierno; manifestó Concha tener poderes para tratar, y que estaba
            pronto a hacerlo con los individuos que nombrasen. Efectuóse la conferencia a las nueve de la mañana del 21 en Torrero, acordándose, como
            el principal objeto de ella, el poderse efectuar la vendimia, para lo que
            propuso sus bases la comisión de Zaragoza, que modificó el general limitando a
            mujeres y jóvenes que no pasaran de diez y seis años los que pudieran salir a
            vendimiar, excepto los aperadores o sobrestantes, carreteros, y conviniendo en
            la suspensión de hostilidades.
             No
            accedían a esto gustosos los defensores de Zaragoza, por lo que los sitiadores
            avanzarían en sus trabajos y recibirían más refuerzos, y se propusieron no
            aceptar las modificaciones que hizo el general, y prescindían de la tregua, aun
            cuando les conviniera para conseguir ayudas, y aun esperar el resultado de la
            misión que llevó a Madrid el Sr. Laberon. No cesó el
            fuego de fusil y cañón; envió Cañedo un ayudante parlamentario a hacer
            observar la falta; no fue recibido; se dirigió en su vista una comisión al
            ayuntamiento, y en el acto se rompió el fuego por las baterías sitiadoras. El
            ayuntamiento contestó desentendiéndose del fuego hecho por la plaza, y diciendo
            no era posible la admisión de las bases propuestas, por lo que insistían en la
            pretensión de mandar a Madrid dos comisionados. El general respondió haciendo
            los debidos cargos por la conducta observada en la ciudad, que le había
            inducido a establecer ciertas restricciones en las bases convenidas,
            negándose otra vez a permitir la salida de la comisión para Madrid, porque
            veía la demostración de que en Zaragoza no sólo no había autoridades legitimas,
            sino que las mismas de la insurrección no eran obedecidas ni podían garantizar
            tratado alguno.
             Continuó
            el fuego el 23, y por la noche envió el ayuntamiento al general la exposición
            que elevaba al gobierno, con las bases que proponía para su sumisión, y otra de
            los súbditos franceses que residían en la población, pidiendo un plazo para
            salir y poner en salvo sus personas e intereses. En cuanto a la primera, la
            envió Concha inmediatamente en posta a Madrid con un oficial, y a los
            extranjeros concedió los días 24 y 25, cuyo plazo suponía igual suspensión de
            hostilidad por la plaza. Observó esta la tregua, a excepción de dos cañonazos y
            varios disparos de fusil hechos en la ciudad, faltando a las órdenes dadas;
            pero no se repitió esta infracción de lo convenido.
                 Salieron
            los extranjeros y multitud de mujeres y niños, y el ayuntamiento pidió al general
            en jefe tuviese a bien ordenar se hiciese el fuego sólo contra las baterías,
            pues el día anterior habían caído granadas en conventos de religiosas, y alguna
            de aquellas desgració a niños de corta edad: el general respondió que abundaba
            en las mismas ideas filantrópicas que la municipalidad, y que así eran las
            prevenciones que tenía hechas, mandándoles, como una prueba, copia del parte
            dado en la noche anterior.
                 Otra
            comunicación del alcalde primero, a nombre de la milicia nacional, rogaba a S.
            E. tuviese a bien admitir una comisión de la misma, que deseaba una
            conferencia, que se celebró a las diez de la mañana del 25, dando por
            resultado, a las cinco horas de discusión, un armisticio, hasta que el gobierno
            decidiese acerca de las bases de acomodamiento que se le habían propuesto; que
            en el ínterin no podrían sitiados y sitiadores adelantar sus líneas, continuar
            ni verificar obra alguna de fortificación y defensa sobre las líneas
            respectivas a vanguardia ni a retaguardia;4y como el general en jefe, concediendo
            espontáneamente la vendimia, facilitaba los medios de examinar el cumplimiento
            de lo que le concernía en esta parte, quedaba a su vez autorizado para
            cerciorarse de que dentro de la plaza se cumplía tal base, mandando al efecto
            uno de sus subalternos, siempre que tuviese fundado motivo de duda.
                 Hallando
            Concha una ocasión propicia en que demostrar la generosidad y nobleza de sus
            sentimientos, y condoliéndose de la situación en que ponía a los labradores y
            vinateros la pérdida de la uva, permitió espontáneamente la vendimia,
            consintiendo la libre salida y entrada de Zaragoza de sol a sol a toda clase de
            personas que tuvieran que ocuparse en la recolección, siempre que lo
            verificasen sin armas de ninguna especie. También concedió nuevamente al hospital
            civil y casa de Misericordia el permiso de introducir 50 cabezas de ganado, y
            periódicamente una determinada cantidad de harina. Permitióse circular la gente por entre las líneas sitiadoras, y aun se soportaron algunas
            inconveniencias del Chorizo y de los que le acompañaban, manifestando después
            Concha al ayuntamiento, que si se repetían prendería a los que de palabra u
            obra ofendiesen a cualquier individuo del ejército.
             Llegó
            de Madrid, en la mañana del 27, el comandante D. Manuel Mendoza, con la
            resolución del gobierno a la exposición del ayuntamiento; lo avisó al instante
            el general para que acudieran los comisionados de la municipalidad y de la
            milicia, que conferenciaron por la tarde con Concha; y como habían sido más
            eficaces para los zaragozanos sus generosas condescendencias que las bombas,
            quedaron aprobadas y firmadas las capitulaciones que debían canjearse y
            ratificarse en la mañana siguiente para entrar las tropas en la ciudad, si eran
            aceptadas, o proseguir el ataque.
                 Las
            bases propuestas al gobierno no podían menos de ser aceptadas, como lo fueron
            con insignificantes variaciones; pues hasta en el preámbulo de ellas
            consideraba el ayuntamiento que el grito alzado por la ciudad de Zaragoza para
            reorganizar el gobierno de la nación, cuando se dudaba de la reunión de las
            Cortes, no había sido secundado por las demás provincias, y que ya se hallaba
            reunida la representación del país para suplir el vacío de la ley fundamental
            y salir legalmente de la situación anómala en que se hallaba la nación,
            llenando el mismo objeto que aquel pueblo se proponía por medio de una junta
            central. Zaragoza, que en todas épocas había dado y quería ofrecer también
            entonces a la nación una nueva prueba de su hidalguía y honradez, cediendo a la
            voluntad de las mayorías, y haciendo ante las aras de la patria el noble
            sacrificio de su amor propio, para no perturbar el sosiego público y derramar
            más sangre española, había acordado terminar aquella situación bajo las bases
            que proponía.
                 1.
            El pueblo de Zaragoza abandona su actitud armada, reconociendo en las Cortes
            ya reunidas la facultad de resolver y fijar las cuestiones de principios que
            intentaba resolver por medio de una junta central, sometiéndose a sus
            decisiones como expresión de la voluntad general.
                 2.
            En su virtud establecerá la situación pública y normal de la ciudad al estado
            en que se hallaba el día 17 de Setiembre próximo pasado.
                 3.
            La milicia nacional conservará íntegra las armas que la confía la ley para
            Sostener como hasta aquí el orden y demás objetos de su instituto.
                 4.
            Los cuerpos creados durante el alzamiento quedarán disueltos, y sus armas y
            equipos depositados en los almacenes del Estado. Los paisanos de dichos cuerpos
            volverán a sus domicilios, y los individuos de tropa a los cuerpos a que
            pertenecieron, sin que nadie pueda ser perseguido por su unión a la bandera
            central. Los penados que a causa de sus leves condenas fueron armados y
            destinados al servicio del ejército, volverán a los establecimientos presidíales a cumplirlos.
             5.Los
            señores jefes y oficiales recibirán su ilimitada, y obtendrán pasaportes para
            los puntos donde quieran fijar su domicilio.
                 6.
            El cuerpo de fusileros conservará su misma y actual organización.
                 7.
            No habiéndose concedido grados, empleos ni condecoraciones de ninguna clase por
            la junta, se conservarán solamente los que obtenían los que han permanecido en
            las diversas dependencias en el dia 17 de Setiembre.
             8.
            Nadie será perseguido ni separado de su domicilio por las opiniones y
            compromisos que hubiese contraido y proclamado en
            este alzamiento, ya como personas públicas y como particulares, quedando tan
            garantida la seguridad de todos los individuos de la junta, ayuntamiento,
            jefes y clases armadas, como la del resto del vecindario.
             9.
            La acción de los tribunales quedará siempre expedita para la persecución y
            castigo de los delitos comunes.
                 10.
            Será examinada la recaudación y distribución de los fondos, formando los
            competentes cargos a  los ramos aplicados, y el
            correspondiente abono a  los contribuyentes, sin que
            pueda hacerse cargo a  los individuos de la junta y
            ayuntamiento por las cantidades debidamente invertidas para el sostenimiento de
            la situación creada por el pueblo,
             11.
            Para la mejor reorganización del régimen municipal y provincial, se dispondrá
            la renovación total de la diputación y ayuntamiento de la capital, con arreglo A  las leyes, continuando en el ínterin las actuales
            corporaciones.
             12. Estas bases comprenderán igualmente á todos los demás puntos y personas del antiguo reino de Aragón que hubiesen secundado el movimiento de Zaragoza. Zaragoza
            23 de Octubre de 1843.—E. S.—Luis Franco y López.—León Alicante.—Mariano
            Latorre.—Justo Laripa.—Felipe Cantalorca,—Eugenio Legero, secretario del acuerdo del
            ayuntamiento.—José Marracó,—Manuel Lober.—José Padules,—Ildefonso Berél,—Manuel Atadreu.
             Habían
            parecido bien a Concha, que más quería entrar como pacificador que como
            conquistador: las recomendó especialmente al gobierno, y este, en verdad, no
            hizo importantes modificaciones, pues conservaba las armas a la milicia
            nacional, se hacía un paréntesis de aquellos días, y volvía todo al ser y
            estado del 17 de Setiembre.
                 Concha
            impuso doce horas para la adopción de las estipulaciones que se enviaron
            ratificadas en la mañana del 28. Fue por la tarde el segundo cabo a hacerse
            cargo de la plaza y establecer los puestos necesarios, y a las cuatro hizo el
            general su entrada por la puerta de Santa Engracia al frente de las brigadas 3.a
            y 4.a, desembocando después Campuzano con la 1.a y 2.a en el Coso.
                 El
            resumen de las fuerzas sitiadoras de todas armas era de 40 jefes, 511
            oficiales, 6,816 infantes y 672 caballos, con 47 piezas, de ellas 24 de batir
            de grueso calibre, habiendo hecho 778 disparos contra la plaza, que hizo
            algunos más desde sus 10 baterías con 27 piezas.
                 La
            ciudad estaba defendida por la milicia nacional, aunque de sus 4,000 hombres
            sólo tomaron parte unos 3,000; una compañía sagrada de 150 oficiales del
            ejército, dos compañías del provincial de Zaragoza, diversas partidas del mismo
            y del de Huesca, con otros individuos sueltos de diferentes cuerpos, habiéndose
            repartido armas a otros habitantes, pudiendo fijarse el total de la fuerza,
            dentro de Zaragoza, en unos 5,000 hombres. La pérdida de muertos y heridos,
            dentro y fuera, no llegó a 40 hombres.
                 El
            heroísmo de los zaragozanos no se amenguó sometiéndose a un general que antes
            de combatir les había vencido en generosidad; y tan celoso se mostró Concha en
            el cumplimiento de las bases, que temiendo el gobierno que la milicia fuese
            elemento de nuevas discordias, quiso reducirla a la impotencia, interpretando
            con arbitraria latitud el articulo referente a  su
            reorganización, y Concha se opuso enérgico.
             Si
            al enviarle el gobierno en reemplazo del poco acertado López Baños, trató de
            hacerlo de un jefe de bastante prestigio para sostener el espíritu de las
            tropas, de energía para dominar las complicaciones de aquella situación, y con
            la prudencia necesaria para emplear vigorosamente el rigor y la dignidad,
            acertado estuvo en la elección, y Concha con su conducta honró al gobierno que
            le eligió, quien a su vez le recompensó con la gran cruz de San Fernando, que
            tanto pudo lisonjear al joven general.
                 La
            junta de Zaragoza no se mostró menos dignamente, dimitiendo cuando conoció que
            debía terminar aquella situación, y no ser un obstáculo para la transacción
            propuesta por ella, de acuerdo con el ayuntamiento, cuando estuvieron
            plenamente convencidos de la inutilidad de los esfuerzos de los zaragozanos.
                 Las
            noticias que se recibían de Galicia alentaron a los que no se daban aún por
            vencidos; presentaron dificultades los oficiales del segundo batallón de la
            milicia para la reorganización acordada, y aunque hubo alguna alarma se
            disolvió el segundo batallón, se terminó todo pacíficamente, dirigiendo Concha
            el 7 —Noviembre— una proclama a los zaragozanos inspirándoles la debida
            confianza, y diciéndoles que, aunque disuelto ya el batallón expresado, pues ya
            habían entregado las armas, pudiera reorganizarse, a imitación de los demás.
                 Reemplazó
            a Concha el 15 de Noviembre el general Bretón, y marchó a Madrid con
            sentimiento de los que ya le conocían en Zaragoza, y conocían también al que le
            reemplazaba.
                 
             XV. PRONUNCIAMIENTOS
            CENTRALISTAS
                 En
            casi toda España se intentaron pronunciamientos, pero no había cohesión en los
            trabajos y no podía haber resultados; eran manifestaciones espontáneas del
            sentimiento liberal avanzado, hijas más bien del entusiasmo que de la cordura.
                 De
            la quinta se trató se trató de hacer pretexto en Valencia para el
            pronunciamiento, mas faltó decisión y fue preso y
            enviado a disposición del cónsul de su nación un famoso italiano que figuró en
            todos los motines, llamado Priamo di Raimundi.
             El
            proyecto de pronunciamiento de Vinaroz quedó trastornado por las autoridades
            civil y militar de la provincia, y en algunos otros puntos de la misma sucedió
            lo propio: en este país y en todo el Maestrazgo, había más acción en el
            elemento carlista, como lo demostraba el Groe, Lacoba,
            etc.
             También
            en Zamora supieron aprovecharse los carlistas de las circunstancias, y abusaron
            los liberales de su fuerza apaleando a algunos de aquellos, en lo cual no
            mostraban mucho liberalismo; y al culpar sólo a los absolutistas de algunos
            excesos, fue engañado el mismo gobierno, como lo demostró tristemente el
            ministro de la Gobernación en la circular que dirigió al jefe político.
                 Valladolid,
            que tan notable parte tomó en la coalición, consideró amenazadas de muerte las
            instituciones liberales y el trono, y su milicia nacional se dirigió a la del
            reino porque el común peligro les llamaba a la común defensa, y aclamaban la
            unión que era la fuerza, sino querían ser vencidos por los enemigos de la
            libertad.
                 En
            León, donde sí hizo muchos carlistas el obispo Abarca, había no pocos y
            decididos liberales y aun republicanos de valer, no siguieron a la coalición en
            Julio, teniendo que acudir de Zamora y Astorga para que se pronunciara contra
            el regente; y ahora la antigua corte de Castilla no fue de las últimas en
            aclamar la junta central y Cortes constituyentes. Exasperados los ánimos con
            las elecciones, llegó a León el provincial de su nombre, se le recibió con
            entusiasmo, se le obsequió con esplendidez, y la junta, compuesta de los Sres.
            Arriola, Moran, García, Luján y Valera, comenzaron a entenderse con el
            ayudante del provincial, Sr. Rubio. Llegó a apercibirse de algo el comandante
            general de la provincia, D. Modesto de la Torre, se aceleró el movimiento, y
            los mismos individuos de la junta fueron en busca de los tambores y cornetas
            de la milicia nacional; les obligaron a tocar generala, se opuso el alcalde, D.
            Mauricio González, pero cogió Lujan un tambor, aquel se retiró, acudieron al
            toque los nacionales al atrio de la catedral, donde se situó la junta y los
            entonces oficiales don Francisco Izquierdo y D. Francisco Osorio.
                 La
            Torre, en tanto, condujo a la tropa frente a los nacionales, la mandó avanzar,
            y en el acto, varios oficiales con el ayudante Rubio ordenaron a los soldados
            levantar las culatas e ir al encuentro de los nacionales, con quienes se
            abrazaron aclamando junta central, Cortes constituyentes y victoreando a
            Barcelona y Zaragoza. Se pasó en seguida a las casas consistoriales, donde se
            formó la junta de gobierno y otra de armamento y defensa. El mando de la
            milicia se confirió a D. Vicente Varela, y el de gobernador de la provincia a
            D. Luis Diaz Montes.
                 Organizóse enseguida
            una columna para apoderarse de Astorga, y se expidieron comisionados a Asturias,
            Galicia y provincias limítrofes; pero la antigua ciudad romana cerró las
            puertas, y la columna tuvo que regresar a León. Izquierdo tomó el mando de las
            tropas, acudieron nacionales de las inmediaciones y se aprestaron a
            defenderse. Acudió Senosiain de Valladolid con respetables fuerzas, se situó en
            el arrabal del puente de Castro, y al saberse en León se preparó una sorpresa,
            que se efectuó, conduciendo prisioneros a la ciudad varios oficiales de
            infantería y caballería. Al dia siguiente se presentó
            la batalla a las tropas de Senosiain, que hicieron retirar al agresor, aunque
            en buen orden y habiendo causado bajas.
             Superior
            en fuerzas el representante del gobierno, cercó y cañoneó la ciudad, y después
            de la resistencia posible, el comandante Izquierdo y la mayor parte de los
            individuos de la junta de gobierno y de armamento y defensa, marcharon a
            Portugal y otros se ocultaron.
                 En
            Santander no pasaron los amagos de canciones y vivas, por algunos grupos que no
            hallaban dirección ni jefe; frustróse en Burgos,
            Ciudad Rodrigo, Segovia y otros puntos. En San Sebastián hubo deseos, y en
            Tolosa síntomas en la guarnición, que dieron lugar al arresto de 16 oficiales,
            conducidos a Vitoria. En Pamplona aclamaron la junta central algunos sargentos
            y soldados de España, pero no les secundaron los paisanos; fue preso el
            instigador, y el coronel Capuzo y el general Clavería restablecieron la disciplina,
            momentáneamente interrumpida, fusilaron al sargento primero Lefler y se disolvió la milicia nacional.
             El
            regimiento de Borbón, de guarnición en Trujíllo,
            contribuyó a sofocar el pronunciamiento que habían de efectuar algunos
            oficiales del mismo cuerpo, como ya se intentó en Mérida. Habia elementos en Extremadura, pero faltó dirección.
             Alguna
            había en varios puntos de Andalucía, mas faltaba la
            cohesión que en otros países. En Sevilla hubo el 28 de Agosto conatos de
            sedición, se repitieron el 29, y no llegó a turbarse seriamente el orden hasta
            cerca de un mes después, el 24 de Setiembre, en que bastantes grupos, que
            fueron engrosando desde las primeras horas de la noche, victorearon a la junta
            central y gritaron a las armas; acudieron pocos a tomarlas, y el jefe político
            Sr. Muñoz Bueno, aunque considerado en connivencia con la sublevación, tuvo
            que ir a sofocarla, llevando a su lado al jefe de Estado Mayor Sr. Primo de
            Rivera: se desalojó fácilmente el café Turco y el Museo, se prendió a algunos,
            y a las doce de la noche la tranquilidad era completa.
             Cádiz
            se aprestó a secundar el movimiento; no hubo la reserva debida, ni faltaron
            delatores; se prendió a algunos agentes, y se sofocó el pronunciamiento.
                 El
            de Córdoba estaba mejor preparado, mas faltó
            dirección y valor al ejecutarle; y sólo un hombre, el valiente coronel del
            provincial de Córdoba, D. Genaro de Quesada, acompañado de tres o cuatro
            oficiales y de otros tantos soldados, hizo frente y metió en orden a su
            insubordinada tropa y al paisanage, exponiendo su
            vida, pero logrando que los mismos soldados pronunciados se declarasen en
            contra, y costóle trabajo impedirles acometer a los
            grupos de paisanos armados, con los que momentos antes fraternizaran. Quesada
            prestó un gran servicio al gobierno, tanto más de apreciar, cuanto que otras
            autoridades ni con su deber cumplieron. Fue justo el ascenso de Quesada a
            coronel.
             En
            Granada y Málaga hubo conatos de sedición, que no llegó a realizarse.
            Subsistentes los elementos, se pronunciaron después el 5 de Octubre,
            reuniéndose la milicia al toque de generala y empeñando el combate con las
            tropas, hasta que les fue otorgada la capitulación por el capitán general, y
            al anochecer depusieron las armas, restableciéndose la tranquilidad. Se desarmó
            a los nacionales del l° y 2° batallón, pues el 3° y
            4º se pusieron de parte de las autoridades, y se prendió á Velo, Conder y Crook.
             En
            Grazalema se tomó pretexto de la quinta; acudió fuerza armada, y abandonaron el
            pueblo los insurrectos.
                 Con
            el mismo pretexto se aclamó en Jerez la junta central; y bastó un paseo de la
            caballería para despejar los grupos. El 15 de Octubre, con motivo de las
            elecciones de diputados provinciales, hubo tiros y muertos de tropa y paisanos; mas la población permaneció tranquila.
             Aprovechando
            en Almería la circunstancia de haberse ganado por los progresistas las
            elecciones y de hallarse en la capital los representantes de los distritos, se
            reunieron, proclamaron la junta central, se nombró la provisional de la
            provincia, la reconoció y puso en posesión el ayuntamiento, anunciándolo por
            pregón, y la junta publicó un manifiesto justificando la necesidad de la junta
            central, que consideraba aquel alzamiento como complemento del 28 de Mayo, que
            quería paz basada en la fiel observancia de la Constitución del 37 y la
            reconciliación sincera fie todos los buenos españoles, aclamando a la reina
            constitucional y la independencia nacional.
                 El
            día 5 entró en Almería el teniente coronel D. Diego de los Ríos con la tropa de
            su mando, y volvió la población a la obediencia del gobierno.
                 No
            escasearon esfuerzos en otros puntos, y aun en los mismos en que habían sido
            sofocados los conatos de sublevación; pero ni tenían ya la fuerza e importancia
            que antes, aun cuando se sostuviera Barcelona y Gerona, y se presentara
            imponente la insurrección en Galicia, ni, como ya dijimos y ha podido verse
            demostrado, se obedecía a un pensamiento común, a un plan general, porque la
            junta que se acababa de constituir en Madrid no podía improvisar los planes, y
            harto hacia con lograr constituirse de una manera que pudiera dar resultados a
            su partido. Aquellos pronunciamientos en tanto número, aislados todos, eran
            patrióticos, sin duda, la expresión del sentir de un partido, la prueba de su
            fe, la demostración de su exceso de vida; pero muchos fueron cándidos y
            algunos inconvenientes.
                 La
            marina, por su parte, trabajaba también en la costa, destruyendo
            pronunciamientos, donde no los estorbaba.
                 Pinzón,
            que mandaba el vapor Isabel II, fondeó al amanecer del 16 de Octubre en la
            bahía de Rosas, se apoderó del falucho guardacostas Velos y de las escampavías
            Santa María y Dos Hermanas, que estaban pronunciadas: detuvo la marinería,
            desarmó dichos buques, armó la tripulación del pailebot y del vapor, penetró
            en Rosas, reunió al ayuntamiento, nombró el nuevo, mandó entregar las armas a
            la milicia, recogiendo sólo nueve fusiles y cuarenta chuzos, pues se habían
            llevado el día anterior los demás; armó de nuevo el falucho y las escampavías,
            y dotando a estos buques con gente de su confianza, se retiró al anochecer a
            bordo dejando el pueblo tranquilo; marchó a Cadaqués, llevando a remolque sus
            barcos y la barquilla de carabineros, desembarcó para restablecer la autoridad
            del gobierno, que fue muy fácil, se nombró nuevo ayuntamiento, y no habiendo
            más armas que tres cañones de ocho y cuatro montados en la Torre, se
            recogieron a bordo del pailebot.
                 Sabedor
            de que el capitán y el segundo del Veloz, con cien hombres, intentaban
            apoderarse del Mal de Costado y Federico I, dos buques surtos en el puerto de
            la Selva, se dirigió Pinzón con sólo un vapor al pueblo, en el que desembarcó y
            su gente, al amanecer del 18; nombró ayuntamiento por ausencia del que había,
            siguió a Selva de Arriba en persecución de los fugitivos, pero se refugiaron en
            las montañas; hizo también en este pueblo nueva elección de ayuntamiento, armó
            la escampavía Federico I, regresó a Rosas, de donde salió el 20 con los buques
            menores para las islas Medas, gobernadas por los pronunciados; pero a poca distancia
            del fondeadero cargó horrorosamente el tiempo de N. N. E. y dispersó las
            embarcaciones, obligándolas a fondear en Palamós. Abonanzado el tiempo, se
            presentó ante las islas con el pailebot Cartagena independiente, intimó la
            rendición al gobernador de la fortaleza, y después de algunas conferencias
            capitularon, quedando prisioneros el gobernador, el segundo y un oficial, diez
            y nueve paisanos y tres artilleros del ejército. Había en el castillo 17
            cañones de 24 y 12, dos morteros y un obús, todo de bronce y en excelente
            estado: de 500 á 600 fusiles, y abundante dotación de
            granadas, bombas, balas rasas, pólvora y pertrechos de guerra, volviendo
            Pinzón triunfante a Rosas, dándole el gobierno las gracias, que las merecía
            seguramente.
             
             XVI. DECLARACION
            DEL GOBIERNO
                 Los
            acontecimientos reseñados y los que reseñaremos de Cataluña y Galicia,
            entrañaban bastante gravedad para que dejara de pensarse en los que habían sido
            fácilmente dominados, aun cuando se triunfara en ellos, y de preocupar los que
            todavía no estaban dominados; y el gobierno, en su virtud, se creyó en la
            necesidad de dirigirse a la nación para explicar la legalidad de su marcha y
            fijar el carácter de aquellos acontecimientos. Dijo que al ponerse al frente de
            los negocios públicos el 24 de Julio, se halló una situación creada y la misión
            de realizar el programa de 9 de Mayo, cuyo pensamiento culminante era la unión
            entre todos los españoles y entre todos los partidos colocados dentro del
            círculo legal, pues ninguno de por sí era bastante numeroso ni fuerte para
            dirigir y dominar por sí solo una situación; que el gobierno había procurado
            cumplir religiosamente con su encargo de conciliación y de justicia, dando
            participación en los destinos públicos a todos los españoles aptos y dignos, y
            si la balanza se había inclinado alguna vez a un lado, buscaba en otro la
            compensación restableciendo el equilibrio. Si a pesar de esto aún había
            ambiciones no satisfechas sirviendo de pretexto a nuevas agitaciones, no debía
            sacrificarse a ellas el reposo del país, ni prevalecer su voluntad sobre la de
            la nación: que en esta idea estaba contenida la resolución adoptada acerca de
            la instalación de la junta central, que calificaba de poder irregular; que se
            proponía dilatar la reunión de las Cámaras, cuando la necesidad primera era
            legalizar la situación creada, y los cuerpos colegisladores eran la junta más
            legal y más cumplida, considerando a los centralistas anticipadores de la
            desunión y de la lucha que se hacía ya sentir en algún punto.
                 Comprendiendo
            el gobierno que el eje de los sistemas representativos es el principio de las
            mayorías, fiel a esta máxima reunió, para decidir la cuestión de junta
            central, las exposiciones que se le habían dirigido por varias provincias, y
            halló ser muy pocas las que sostenían aquella idea, y muchas las que impugnaban
            y callaban; y si se decía que por algún individuo del gobierno se había
            prometido la formación de la junta central a la gubernativa de Barcelona, ni
            sus compañeros participaron de aquel compromiso, ni una provincia sola,
            cualquiera que fuese su importancia, tenía el derecho de imponerse a las demás:
            que la negativa del gobierno había irritado a algunos de los que abogaban por
            la central, y hécholes pasar de la exposición
            tranquila de una opinión respetable a la demostración violenta y criminal de la
            fuerza, hallando pretexto en algunos hechos porque había obligado pasar aal gobierno el poder de las circunstancias, en la
            impostura y en la calumnia, quejándose de que se le echara en cara haber
            violado la Constitución al formar el nuevo ayuntamiento y la diputación
            provincial de Madrid, al admitir la renuncia del tutor de S. M. y A. nombrando
            su reemplazo, y al mandar la renovación total del Senado, de cuyas medidas
            adoptaba la responsabilidad, de la que respondería a la representación del
            país; procura justificar tales hechos en la renuncia que había hecho el
            anterior ayuntamiento, en que si no se atuvo a la ley en la designación de los
            nuevos concejales fue por escoger un cuerpo de prestigio e importancia para
            dominar las circunstancias difíciles de la capital; que si admitió la renuncia del tutor y acordó su reemplazo, fue porque aquella se
            presentó como irrevocable, y era perentoria la custodia de las regias pupilas,
            y renovó totalmente el Senado, por entender que así se representaba y cumplía
            el pensamiento del pronunciamiento, que habría sido ineficaz de otro modo; que
            tenía que descollar sobre todos el sentimiento de la conservación, y había
            respetado todos los derechos de los ciudadanos, todas las opiniones,
            rechazando que se le supusiera dócil a extrañas influencias, de estar en
            inteligencia sobre proyectos de matrimonio de la reina, de abrigar una mira
            oculta en la declaración de su mayoría y de que se trasladara a las regias
            pupilas al real sitio de San Ildefonso, para realizar violentos viajes y
            enlaces: que si los descontentos pedían con las armas la junta central y
            Cortes constituyentes, era cuando iban a elegirse los diputados y senadores, y
            acababa de proclamarse la Constitución de 1837, cuya conservación era una de
            las bases del programa del gobierno y encargado este de cumplirlo; que si había
            en algunos miras de retrogradar, el gobierno les saldría al paso, porque el
            retroceso era imposible, así como frustraría los proyectos exagerados y
            desorganizadores, y los conatos de reacción en favor de personas condenadas por
            el voto público, reprimiendo y castigando sus tentativas; esforzándose a la
            vez para consolidar la unión, que debía ser la base de la paz actual y de la
            prosperidad futura; que el gobierno no tenía otro interés que el de la nación;
            que sus individuos deseaban dejar un puesto que aceptaron por necesidad y
            conservaban con hartas amarguras, considerándose, en tanto, intérpretes y
            ejecutores de la voluntad nacional, que harían prevalecer sobre los intereses
            privados que se desarrollaban, cuyo triunfo llevaría al caos a la nación; que
            era su primera necesidad atravesar aquella situación difícil y llegar a la
            reunión de las Cortes, con cuyo apoyo contaban para salvar la causa de la
            libertad, y con el de todos los hombres honrados, con el de los que se
            elevaban del miserable campo de las pasiones a la esfera del patriotismo, que
            reconocerían las miras de un gobierno incapaz de faltar a sus principios y de
            burlar la honrosa confianza que en él se había depositado. Firman López,
            Frías, Serrano, Caballero y Aillon.
             
             XVII. PRELIMINARES
            DEL PRONUNCIAMIENTO DE BARCELONA
                 El
            pronunciamiento más importante fue el de Barcelona, del que sólo referiremos
            hechos, omitiendo, en obsequio de la brevedad, multitud de detalles, siquiera
            sean algunos notables.
                 En
            Agosto aún no estaba restablecida la tranquilidad en la capital del antiguo
            Principado, y el 13 grandes grupos, guiados por el Pescataire,
            victorearon por la Rambla la junta central, gritando mueras a los moderados y
            a Prim: al imponerse valiente el alcalde Sr. Soler y Matas, le dispararon
            inútilmente un pistoletazo, y se arrojó sobre el Pescataire quitándole la bandera que llevaba: hubo corridas, y el héroe popular se quedó
            solo.
             El
            digno gobernador de Montjuich, D. Bernardo Echalecu,
            reconoció en este día al gobierno de la nación; cesó la junta obedeciendo el
            decreto de 1° de Agosto; dirigió el alcalde una alocución tranquilizadora a
            los barceloneses, y el capitán general Arbuthnot sendas proclamas a los nacionales de la provincia y a los habitantes de la
            capital, recomendando la obediencia al gobierno y anunciado que el ejército
            ayudaría a los ciudadanos pacíficos a conservar el orden.
             Esta
            tranquilidad era aparente; los ánimos continuaban sobreexcitados; mediaron
            contestaciones entre el ayuntamiento y el capitán general sobre los sucesos
            del 15; volvió la junta a tomar el título de suprema; armó nuevamente el
            batallón de la Blusa, acuartelándolo en Atarazanas, de cuyo fuerte nombró
            gobernador a D. Francisco Torres y Riera, y Prim, nombrado por el gobierno
            gobernador militar de Barcelona, llegó a Molins de Rey con Milans y otros; se
            tomaron medidas belicosas, especialmente en la ciudadela, y Cataluña se vio de nuevo
            en estado de guerra: emigró gran parte de la población, se presentó Prim en la
            ciudadela, conferenció con el general y dirigió una proclama a los
            barceloneses, manifestándoles que tenía un derecho adquirido a que escuchasen
            la voz que en los campos de batalla, en las Cortes y en las revueltas políticas
            había tronado siempre en beneficio de la causa del pueblo, y que esa voz que no
            pudo acallar el poder del ex-regente, y que resonó en
            Reus, les decía ahora que cesaran en el empeño de querer forzar la voluntad de
            la nación entera; que se estaba en una era de regeneración que no podía
            efectuarse por medios violentos; que fueran a él los que hacía días le
            proclamaban unánimes su salvador, prometiéndoles no emplear otras armas que
            las de la razón; que le dijeran sus deseos, que apoyaría si estaban en armonía
            con los principios constitucionales que regían, y que con la fuerza, cuando
            las instituciones estaban consolidadas, sólo se lograba el despotismo, y
            permaneciendo en aquel estado violento, se arrastraría la patria a otra guerra
            civil; que habiendo jurado con la nación entera salvar el país y la reina, no
            se lograría si no abrazándose todos; y concluía victoreando a la reina, la
            Constitución y sus consecuencias más liberales; que esta era su divisa, y caer
            como el rayo sobre quienes quisieran nuevas disensiones.
             Conociendo
            Prim que no se bastaba a sí mismo para dominar aquella situación, que no
            contaba con las grandes simpatías que antes, pues suele ser efímero el favor
            popular, promovió una reunión de varios miembros de la junta, diputados
            provinciales, concejales y comandantes de la milicia, que se celebró bajo su
            presidencia, y en la cual, después de una empeñada discusión, se acordó
            enviar a Madrid una comisión a demostrar al gobierno la necesidad de que se
            reuniese la junta central para evitar los peligros que amenazaban, en el que
            Barcelona estaba a cada instante; aun cuando en los pequeños motines que hubo
            por aquellos días, ni las autoridades ni los revolucionarios estuvieron a la
            altura de su posición. Durante aquella misma conferencia, el poder estaba
            dividido: los centralistas ocupaban las plazas de San Jaime y Atarazanas en
            actitud hostil; las tropas y el general la ciudadela.
                 Pudo
            dominarse por el pronto aquella crisis; dieron el 22 y 23 sendas alocuciones el
            jefe político, el capitán general y Prim, proclamando todos la tolerancia y
            unión; se admitió la renuncia de Arbuthnot y se
            encargó interinamente del mando D. Jacobo Gil de Aballe.
             El
            29 de Agosto se rasgaron las listas electorales, para estorbar las elecciones
            de diputados a Cortes, pues su reunión impedía la de la central.
                 El
            aniversario del l° de Setiembre se celebró con
            banquetes, en los que se pronunciaron calurosos discursos que exaltaron los
            ánimos. No se turbó la tranquilidad, pero esta era aparente; así que en breve
            la agitó la noticia de los sucesos de Zaragoza y el regreso a Barcelona del
            tercer batallón franco que debía disolverse. Prim intentó atraerse al batallón
            de la Blusa, pero a su arenga contestaron victoreando a la junta central: con
            sólo su ayudante Detenre marchó hádala plaza de
            Palacio, y conociendo la actitud de los que, apostados, encontró, les dijo:
            «¿Me esperáis a mí? Pues bien, aquí me tenéis. Si habéis creído que vertiendo
            mi sangre ha de salvarse la patria, hacedme fuego.» Su valiente serenidad le
            salvó la vida. Algunos tiros salieron de las filas de atrás, que mataron a un
            anciano.
             Aquella
            noche penetró en Barcelona, por las brechas abiertas, el batallón de francos
            que mandaba Riera, apoderándose de la plaza de San Jaime, ayuntamiento,
            catedral y otros edificios fuertes, colocando gran número de cañones en
            diferentes puntos; al amanecer se tocó generala; repartióse con profusión un manifiesto a los liberales de la nación, una alocución de D.
            Juan Castells, recién llegado de Madrid, y una proclama del batallón que
            acababa de entrar en Barcelona: en todas se llamaba a las armas y se
            proclamaba la junta central.
             Castells
            dijo en su proclama que había recorrido algunos puntos de España, oyendo en
            todas partes el eco del descontento, y visto que una reacción espantosa
            amenazaba de muerte el sistema constitucional; que en la corte sólo había
            descubierto la corrupción, la intriga, el soborno, y una tendencia rápida y
            marcada hacia el despotismo. Que para esto no se había derramado tanta sangre;
            que había que acudir a las armas para rechazar la reacción que amenazaba; que
            se viera los jefes a quienes se confiaba el mando del ejército y las
            eliminaciones que en él se hacían; que cuantos deseaban la libertad y el
            progreso y se hubiesen comprometido de buena fe a derribar la tiranía de
            Espartero, odiando toda idea reaccionaria, corrieran a las armas. Increpaba la
            conducta del gobierno y pedía se reuniera junta central o Cortes
            constituyentes.
                 La
            de los jefes, sargentos, cabos y soldados del batallón franco, acriminaba
            fuertemente a los ministros Serrano y López, censurando sus actos, llamaba a
            las armas a los españoles todos y proclamaba la junta central.
                 Diéronse otros
            manifiestos que publicó El Constitucional. Comandaba las fuerzas pronunciadas
            D. Francisco Riera.
                 Cuando
            en medio de esta confusión se reunieron las autoridades a conferenciar en la
            Casa-Lonja y se retiraron luego a la ciudadela, Prim pasó el último a caballo
            con sus ayudantes por entre la multitud gritadora, y saliendo una voz que
            dijo: «Lo que busca es la faja;» detúvose, miró tranquilo
            a aquella muchedumbre embravecida, y arrojando el bastón exclamó:—«¡Pues lo
            queréis, sea! ¡La caja o la faja!» Espoleó al caballo, y no fue a encerrarse
            en la ciudadela, sino a Gracia.
             
             XVIII. PROGRAMA
            DE LA JUNTA
                 La
            insurrección quedó dueña de Barcelona, se instaló una comisión popular
            interina, y convirtióse al dia siguiente en junta suprema provisional de la provincia, presidiéndola el ex-diputado Degollada, y su segundo el coronel D. Antonio Baiges, alma de ella por su carácter resuelto, gran corazón
            e imperturbable serenidad; cabeza bien organizada, militar hábil y belicoso, y
            acostumbrado a grandes vicisitudes, tan impávido estaba en medio de una
            revolución y en una batalla, como en una parada. Se ofició a los alcaldes de
            los pueblos para que secundasen el movimiento, manifestándoles que su solo
            objeto era salvar la Constitución, repetidas veces infringida por el gobierno
            de Madrid, que había desoído las justas y repetidas peticiones de varias
            provincias para la reunión de la junta central, condición sin la que no podía
            apellidarse tal gobierno; que para esto había contado con la cooperación de
            los ayuntamientos y milicia nacional, y que nombraran una junta provisional de
            partido, auxiliar de la de Barcelona. Dijo esta a los habitantes de la
            provincia el mismo día 3, que se había reunido por la voluntad del pueblo,
            ínterin se llamaba a los vocales de la creada en Junio; que corría peligro la
            causa de la libertad si se hubiese tardado algunos momentos más en dar el
            grito salvador de Constitución, Isabel II, independencia nacional y junta
            central; que malogrado el alzamiento de Junio por la traición más aleve de
            algunos españoles espúreos, que a la sombra de
            reconciliación de todos los partidos políticos, trabajaban para entregar la
            situación a los enemigos de la prosperidad y de la ley fundamental del Estado,
            no quedaba más recurso que un nuevo levantamiento que resolviera de una vez
            para siempre el gran problema de ser libres o esclavos, independientes o
            sujetos a extranjeras influencias; que la junta sostendría la situación que
            acababan de crear y secundarían las demás provincias de España, resueltas a no
            tolerar que una docena de traficantes políticos sin pudor, moralidad, ni fe
            dispusieran a su capricho de la suerte del país, y, entre tanto, permaneciesen
            fieles.
             Decíase en el
            manifiesto a la nación que, peligrando la libertad, se restableció la junta
            suprema de gobierno por ser un deber y una necesidad; recuerda lo que hizo en
            Junio, las ofertas no cumplidas; expone la conducta del ministerio, y que para
            hacer frente a la crisis y dar la señal a las provincias, había vuelto a
            constituirse, y llamaba a las armas para que la bandera de la junta central
            fuera la que les llevase al combate, la que coronase la victoria, y la que asegurase
            para siempre los caros objetos de la Constitución, Isabel e independencia
            nacional.
                 El
            general Aballe bloqueó el puerto de Barcelona y ofició a los alcaldes del
            distrito dándoles cuenta de la insurrección, cuyas pretensiones decía que
            ignoraba aún; que había oído que tenía construida una bandera con lema de
            república; que ni el pueblo barcelonés ni la milicia habían tomado parte, y que
            si lo creían conveniente reunieran la de cada partido para ir con ella sobre la
            capital; «porque si el ejército se mezclase en estas cuestiones
            revolucionarias, le presentarían a la nación entera como tirano y agresor de
            sus conciudadanos.»
                 Prim, a quien dolía hacer armas contra sus paisanos, aún continuó en Gracia empleando, inútilmente, cuantos medios conciliatorios le sugería su buena voluntad. El
            3 se posesionó Riera de la Plaza de la Constitución; procuró atraerse a una
            gran parte de la milicia y pueblo, como lo consiguió, y D. Isidoro de Riera
            dirigió una proclama a los soldados del regimiento de la Constitución,
            invitándoles a desechar las intrigas de los enemigos; que el capitán general y
            el gobernador Prim no querían más que comprometerlos con el pueblo; que
            estaban rodeados de moderados; que Barcelona adoraba al ejército y no quería
            hostilizarle, sino asegurar su porvenir y el de la patria, para lo que el
            regimiento debía unir sus esfuerzos.
                 Y
            por último, habló la comisión popular a los catalanes, diciéndoles que «acaba
            de saber con el mayor asombro e indignación, que D. Juan Prim, ebrio
            seguramente de venganza y de rencoroso encono, había salido de la ciudad con
            el pérfido intento de llamar sobre Barcelona el odio de toda la provincia;» que
            los deseos de la comisión no eran otros que la instalación de la central; que
            Prim había tratado de sofocar las justas esperanzas del pueblo catalán y de
            los españoles todos, y que la comisión velaría porque se cumpliera el deseo
            general.
                 Las
            autoridades del gobierno publicaban a la vez sus proclamas, y el jefe
            político, Giber, decía el 2 a los barceloneses, que
            una fuerza armada desobediente, había entrado en la capital y apoderádose de la plaza de San Jaime, y que en tal actitud
            hostil no podían ser oídas sus pretensiones, reuniéndose en tanto las
            autoridades civiles y militares y jefes de la milicia para proveer a la
            seguridad del vecindario. 
             Falto
            de fuerzas el jefe político para hacerse respetar, se trasladó a Gracia el
            mismo día 2 con las demás autoridades, lo que comunicó a los nacionales de la
            provincia, alentando su decisión y ofreciéndoles restablecer en breve el orden.
                 
             XIX. PRINCIPIAN
            LAS HOSTILIDADES
                 En
            esta actitud la junta, y habiendo ido Prim a  Cataluña a  hacer que imperase la autoridad del gobierno, la
            lucha era inminente, y comenzó el mismo día 3 por la tarde, al querer
            desembarcar fuerzas procedentes de Tarragona. El combate fue encarnizado;
            peleaban españoles, cuyo valor se enardecía con el ruido del cañón y la sangre
            que se derramaba. El valiente coronel Baiges tuvo la
            muerte de los héroes; su pérdida fue trascendental para la insurrección.
             Prim
            se hizo dueño de la Barceloneta, y allegando continuos refuerzos podría
            penetrar en Barcelona por las mismas brechas abiertas por la junta, que empezó
            el derribo de las murallas.
                 La
            lucha, sin embargo, apenas cesaba un momento: unos y otros combatientes estaban
            enardecidos; se olvidaba la humanidad. Los once individuos que representaban
            al ayuntamiento, rogaron al capitán general cesara el fuego para intentar una
            avenencia, y aunque el general deseaba lo mismo se negó a suspenderle
            mientras continuase el de la plaza: estaba en lo justo, mas no pretendiendo que
            los concejales con el vecindario desarmasen a los sublevados y entregasen sus
            jefes a  la autoridad militar. Inútiles las
            gestiones, no se pensó más que en vencer o morir: nombróse una junta de armamento y defensa, y la suprema aumentó el número de sus
            vocales.
             Tan
            eficazmente trabajaron, no sólo en Barcelona sino fuera de ella, que fue efecto
            de su propaganda el pronunciamiento de Mataró, Gerona, Hostalrich,
            Olot y casi todo el Ampurdan.
             El
            gobernador de Monjuich, Sr. Echalecu, que tan alto
            puso su nombre en anteriores sucesos, se negó a hacer fuego sobre Atarazanas, y
            le reemplazó el coronel D. Fernando Zayas, que empezó haciendo disparar bala
            rasa contra aquella fortaleza, cuyo gobernador Torres y Riera hizo bandera
            negra de su corbata.
             El
            brigadier D. Narciso Ametller marchó desde Lérida a Barcelona con Martell y
            algunas fuerzas. Estaba indudablemente por los pronunciados; pero le hacían
            vacilar López y Serrano, con quienes seguía correspondencia: escribió á Prim
            desde Igualada, pidiéndole una entrevista; fue Prim a su encuentro en la
            mañana del 9; conferenciaron en San Feliú de Llobregat; trataron de terminar
            aquella situación sin derramar sangre; acordaron almorzar con los de la junta
            al día siguiente, para conseguir la avenencia que tanto deseaba el conde de
            Reus, y cuando conferenciaban los dos amigos, regresaron a Barcelona los
            comisionados de los centralistas que habían ido a Madrid: se exaltaron más los
            ánimos por llegar desahuciados; Prim volvió a Gracia y Ametller a Sans y a
            Barcelona, donde viendo la imposibilidad de avenencia con Prim, se unió
            resueltamente a los pronunciados, dispuesto a sepultarse entre las ruinas de
            la ciudad. El batallón de Zamora, que le había acompañado antes de entrar en la
            capital, se fue a la ciudadela a unirse con las tropas del gobierno, como lo
            hicieron algunas otras fuerzas, que no estorbaran a los centralistas, porque
            no contaban con bastantes pueblos de la provincia y áun de las demás de Cataluña, por obedecer unos á Prim y estar otros a la
            expectativa.
             No
            faltó, sin embargo, Gerona, que nombró su junta, la que dio la comandancia
            general de la provincia a D. Francisco Batiera, coronel del provincial de
            Gerona. Dirigió el ayuntamiento una proclama para que no se cerrasen las
            tiendas; que se confiara en las autoridades, que velaban por los intereses y
            seguridad individual de todos, y se entregaran a sus negocios, «seguros de que
            si el día anterior una mano osada pudo mancharse con el crimen, no volverían a
            repetirse tales escenas» .
                 La
            junta de Barcelona consideró a Ametller buena adquisición, y le nombró mariscal
            de campo y capitán general del ejército y principado, declarando por otro
            decreto traidor a Prim. No lo era seguramente, porque ningún compromiso había
            contraído con la junta, y no se había separado del gobierno. Indignóse Prim de este acto, reunió a los jefes y oficiales
            a sus órdenes, se identificaron con su justo enojo, y se decidieron a no
            transigir.
             Ametller
            aceptó el mando, no el empleo, y marchó con una columna al encuentro de Ballera, que salió también de Gerona con otra. Empezó bien
            la excursión del primero, que sorprendió e hizo prisioneros en San Andrés de
            Palomar a unos 50 oficiales y alguna tropa armada, cuya sorpresa no era la
            primera, pues en las salidas que efectuaban de la plaza ejecutaban tales aprehensiones,
            y en una expedición a Sarria prendieron a varios de los fugitivos de
            Barcelona, causando algunas víctimas y temiendo a su vez.
             Ametller
            dejó pronunciado a San Andrés, se reunió en Mataró con Ballera,
            y juntos fueron a Badalona, pronunciándose a su paso Tordera, Calella, Canet,
            Arenys de Mar, Vilasá de baix y Vilasá de dalt.
             Prim,
            en tanto, se aprestaba a operar desde Gracia, a donde llegó el nuevo capitán
            general, D. Miguel Araoz, con algunos refuerzos.
                 La
            tregua de estos días la aprovechó la junta de Barcelona para hacer mayor la
            defensa y allegar recursos y fuerzas. Siguiendo el funesto precedente
            establecido, dirigió una alocución al ejército, ofreciendo licencias absolutas
            a todos los sargentos, cabos y soldados de la quinta del 39 inclusive que se
            adhiriesen al pronunciamiento en el término de cuatro días; igual beneficio a  los procedentes de las quintas del 40 y 41, concluidas
            que fuesen aquellas circunstancias y se hallase organizada la junta central, y
            los de la quinta del 42, dentro del término de un año en que lo fueren los de
            la anterior.
             El
            12 declaró la junta traidor a la patria, y que sería pasado por las armas el
            que las tomase contra la central, declarando inclusos en igual pena, los que
            esparciesen voces para alentar a los enemigos y desalentar a los pronunciados y
            a los que prestasen a aquellos, auxilios de cualquier especie.
                 Temiendo
            el sitio, del que empezó a hablarse, prohibió la junta la extracción de toda
            clase de víveres, de inmuebles, efectos y equipajes, y adoptó fuertes
            providencias al efecto, decretando que, en atención a que el ministerio habla
            faltado al programa que motivó el alzamiento de Junio, y se hallaba supeditado
            por una pandilla moderado-carlista, le destituía y declaraba nulos y de ningún
            valor ni efecto, todos los decretos y resoluciones que dictara desde aquella
            fecha en adelante, sujetando a revisión los actos anteriores, y a revalidación
            todos los nombramientos, grados y condecoraciones que hubiese concedido. No se
            podía faltar a la constante afición de destruir; el edificar era secundario.
                 
             XX. OPERACIONES
                 Las
            fuerzas que con insistencia pidió Prim al gobierno iban llegando, las
            organizaba, y dióle tiempo la marcha de Ametller a
            Mataró.
             El
            nuevo capitán general no podía menos de dirigir su voz a los barceloneses antes
            de combatirlos, y a la vez que lo hizo a los soldados, dándose a conocer y
            recomendándoles continuaran tan subordinados como estaban, dijo a los
            catalanes: que su enseña era Constitución del 37, trono de Isabel II e
            independencia nacional; que la libertad no corría ningún riesgo; que las Cortes
            iban pronto a reunirse, que fueran todos españoles y no se provocaran conflictos
            que pudieran hacer perder lo mismo que todos invocaban; que se dieran a la
            reflexión y meditaran por la suerte de la capital, envidia por su industria del
            extranjero, y le evitarían la amarga pena de presentarse como guerrero, el que
            sólo envidiaba la gloria de pacificador. A la vez se declaró la provincia en
            estado de guerra, que aún no lo estaba, a pesar de los días en que se había
            peleado con tanto encarnizamiento.
                 Ordenóse a Prim que
            tomara inmediatamente la ofensiva: bloqueó a San Andrés de Palomar; dispuso
            Ametller al saberlo, que la brigada Martell construyese un puente de carros
            sobre el Basós para acudir en auxilio de la
            población, y al pasar el rio se vio atacado y obligado a repasarle,
            introduciéndose a la vez una parte de las fuerzas de Prim en San Andrés, contra
            el que rompió el fuego el 22. Esforzado el ataque, no lo fue menos la defensa; disputábase el terreno a palmos, se hizo tanto uso del
            fuego como de la bayoneta, y al fin triunfó Prim, haciendo unos 200
            prisioneros. Entre los muchos muertos, se contó el coronal Sisch,
            ayudante de Prim, y heridos de gravedad Milans del Bosch y Galofre.
             La
            pérdida de San Andrés fue funesta para Ametller, por la separación de algunas
            de sus tropas con sus jefes; Martell con unos 800 hombres tuvo que dirigirse al
            campo de Tarragona, para sublevarla, y Riera, con menos fuerza, intentó
            introducirse en Barcelona; pero rechazado y disperso perdió en la madrugada
            siguiente más de 200 hombres de los 600 que llevaba, cayendo también prisionero
            el mismo Riera con otros al dirigirse a Sabadell. Terrible golpe para los
            centralistas, que valió a Prim la faja de mariscal, que le regaló Serrano por
            tenerla puesta cuando recibió el parte.
                 Hacia
            la parte de Martorell, Montoria, secretario de la
            junta, quedó prisionero y dispersada su gente; Reus, cuyo pronunciamiento no
            fue temible, por ser sólo la declaración de algunos centralistas, se sometió al
            gobierno, y Ametller marchó hacia Gerona, persiguiéndole Prim, que atacó a
            Mataró, no menos bravamente defendida que San Andrés por tres batallones de la
            milicia y alguna fuerza del ejército y de carabineros, apoyados en buenas
            fortificaciones, cuya conquista costó mucha sangre, así como la de las casas,
            barricadas y conventos a que últimamente se vieron reducidos, atacándoles
            nuevas fuerzas de refresco, que les obligaron a rendirse. La mortandad fue
            grande por una y otra parte, y quedaron en poder de Prim 525 prisioneros,
            incluso el gobernador y presidente de la junta D. Ramón Herbella.
             El
            vencedor, gran cruz de San Fernando por el anterior triunfo, envió algunas
            fuerzas a someter el castillo de Hostalrich, y
            siguió contra Ametller, bloqueando  Gerona el 29 de Setiembre.
             Creyendo
            conveniente el gobierno mostrar más energía, declaró enemigos de la nación a
            cuantos tomaron parte en la rebelión de Barcelona y Zaragoza, a los que las
            promovieran, alentaran y sostuvieran, y a los que en algún otro punto se
            alzasen con cualquier pretexto, persiguiéndolos y castigándolos con arreglo a
            las leyes; autorizaba a los generales en jefe de los ejércitos y capitanes
            generales de los distritos a proceder breve y sumariamente con arreglo a
            ordenanza contra los jefes, oficiales, individuos del ejército y demás
            dependientes del ramo de guerra que hicieran causa común con los sublevados,
            considerando comprendidos a todos los individuos del ejército y dependientes
            del ramo de guerra que se encontraban sin autorización en cualquier sitio sublevado
            y no lo abandonaran, y aun continuando en él, aunque no tomaran parte en la
            sublevación, exceptuando a los empleados de almacenes, hospitales, parques y
            encargados de la custodia y conservación de efectos del gobierno y material de
            guerra de difícil trasporte, mientras fuesen respetados estos efectos.
                 No iban seguramente bien los negocios para los centralistas, aunque se pronunció Figueras y otros puntos; porque en Gerona había que obligar a la milicia a defender el pronunciamiento, y no habiendo allí el mayor entusiasmo, una de esas lamentables desgracias, harto frecuentes en aquella capital, vino a hacer más apurada su situación: desbordóse en la madrugada del 19 el rio Galigans; llevó en su feroz corriente casas y familias enteras, dejando asolada Ja plaza y barrios de San Pedro, y en pos de su curso miseria, luto y lágrimas, que mitigó en parte una suscrición general. Hemos
            citado el pronunciamiento de Figueras, harto importante, y debemos consignar
            que hallándose allí el antiguo republicano Abdon Terradas, no podía menos de aprovechar aquellas circunstancias, y esta villa
            formó su junta y declaró en su programa de junta central, compuesta de
            representantes de las provincias, elegidos por todos los españoles sin
            excepción; gobierno provisional ejercido por dicha junta central hasta la
            inmediata convocación de una Asamblea Constituyente, e igualdad de derechos
            políticos entre todos los españoles para lo sucesivo, base indispensable para
            hacer efectiva la soberanía nacional.
             «Nosotros,
            añadía la proclama de la junta, no invocamos este ni aquel sistema: ningún
            derecho nos asiste para imponer a los demás lo que a nosotros nos parece lo
            mejor. Dése la nación soberana las instituciones que
            más apetezca; elíjanse los jefes que la han de regir; resérvese la elección de
            todos sus funcionarios, y de este modo acabarán de una vez los partidos; pondráse un freno a los especuladores políticos; los
            aduladores y sostenedores de los tiranos se convertirán en servidores y
            sostenedores de la causa del pueblo, porque éste será entonces el supremo
            poder, y la felicidad de todos será el fruto de tamaña regeneración.»
             Contando
            Araoz con fuerzas suficientes para tomar la ofensiva, la anunció el 18
            intimando a la junta se rindiera a discreción; mediaron algunas contestaciones
            sin resultado; hubo el 21 dos horas de cañoneo y fusilería; arreció al día
            siguiente; al mismo tiempo se empeñaban fuera de Barcelona algunas
            escaramuzas, como la efectuada en San Cugat del Vallés, en la Bórdela y en
            otros puntos: el alcalde y vecinos de Martorell, cansados del hospedaje de los
            centralistas, que causaron algunas molestias, efectuaron un acto de arrojo y
            los echaron de la villa; y temiéndose en Igualada por el orden, la junta
            auxiliar del partido mandó que la persona que de palabra o hecho alterase la
            tranquilidad pública, o se presentara con gorra, blusa u otro distintivo de
            los que usaban los que en la capital se habían declarado contra el gobierno proclamado
            por la nación, sería preso y procesado en el término de seis horas para sufrir
            la pena que las leyes establecían, aplicable igualmente a los que se ocupasen
            en construir o vender aquellos distintivos pública o secretamente, o los
            tuviesen en su poder: para evitar la introducción en la ciudad de los
            perturbadores, se obligó a todos los vecinos mayores de catorce años a
            proveerse de una papeleta de seguridad, y se ordenó que las tabernas se
            cerrasen a las siete de la tarde y los cafés a las nueve.
                 No
            menos fuertes medidas tuvo que adoptar la junta de Gerona para conservar a su
            favor el espíritu público, y sometía a una comisión militar como traidor a la
            patria al que conspirase contra el pronunciamiento, esparciera noticias
            alarmantes y propalara voces subversivas; al que procediendo de Barcelona no
            se presentase a tomar las armas, si era apto, o a contribuir con lo que la
            junta exigiera; el amo de casa que ocultara a alguno de estos, y consideraba
            como un deber de todo buen ciudadano la denuncia y sostenerla.
                 Ordenó
            la junta una requisa de 100 caballos, y el jefe político, D. Agustín Hidalgo,
            anunció el 29 desde Mataró, que procedería mancomunadamente contra los bienes
            de los individuos de la junta para reintegro de las cantidades que hubiesen
            exigido después de su circular del 9.
                 
             XXI.JURAMENTO
            Y ENTUSIASMO DE LOS CENTRALISTAS
                 Aunque
            los centralistas barceloneses iban quedando solos, ni temieron ni se
            desalentaron. Atendió la junta a las esposas e hijos de los nacionales y
            francos prisioneros, a que no faltase alimento a los ancianos y achacosos que
            de él carecían por falta de trabajo, y sabiendo que Araoz trataba de embarcar a
            los heridos del ejército, le ofició ofreciendo sus hospitales y asistencia
            para que no peligrase la vida de aquellos heridos en la travesía por mar,
            asegurando serían tratados con el mayor esmero, y concluida su curación
            podrían volver a sus filas. No creyó Araos necesario aceptar tan generosa
            oferta, y correspondió a ella diciendo que permitiría gustoso la entrada de
            las cosas precisas de que se careciese en la plaza, pasándole nota.
                 Otro
            proceder quería el gobierno se tuviese con los centralistas, en armonía con
            sus disposiciones, y reemplazó a Araoz el 21 con D. Laureano Sanz. Grave era
            esto para Barcelona, pero lo fue más la noticia de lo sucedido en Mataró;
            desaparecieron por temor, el gobernador de Atarazanas, Torres y Riera, el que
            enarboló días antes bandera negra, y el secretario de la junta Sr. Nogués;
            convocó ésta a todos los jefes y oficiales en el salón de San Jorge; les arengó
            el Sr. Degollada, manifestándoles valiente que la junta estaba resuelta á
            sepultarse entre las ruinas de la ciudad antes que ceder de su empeño; y
            preguntándoles si podía contar con ellos, contestaron unánimemente: hasta la muerte.
            El vicepresidente D. José María Bosch y Patzi,
            desenvainó entonces su espada, felicitó a los bravos, en cuyas venas ardía la
            libre sangre catalana, y añadió: «Compañeros: el que se sienta con valor para
            dar su vida por la libertad de la patria, cruce su espada con la mía, y juremos
            aquí todos luchar hasta vencer o morir por la santa causa que defendemos».
            Todos cruzaron sus espadas, prestaron fervorosos el juramento, y tan grandioso
            espectáculo terminó declarando traidores a Torres y Riera y a Nogués. Las
            bandas militares recorrieron las calles por la noche tocando himnos
            patrióticos, que enardecían el entusiasmo del inmenso gentío que las seguía
            victoreando a la libertad y a la junta.
             No
            era aquella una de esas festivales en que se puede demostrar impunemente el
            entusiasmo patriótico; porque se llevaban días de pelea, aún les cercaba el
            enemigo y les apuntaban los cañones de la fuerte ciudadela y del temido Monjuich, de los amenazadores Fuerte Pió y el de D. Carlos; no celebraban un triunfo, sino una resolución heroica,
            después de una funesta derrota y terribles desengaños; allí no había más
            inspiración que la del valor, ni más sentimiento que la honra, ni más divisa
            que la libertad; allí se sentía, no se pensaba.
             El
            ejército sitiador que presenció aquella procesión iluminada por la luz de las
            antorchas que llevaban los actores de ella, debió comprender que se las había
            con enemigos esforzados y resueltos.
                 Al
            prepararse Sanz a atacar, declaró la junta milicianos nacionales a todos los
            solteros y viudos sin hijos de diez y siete a cuarenta años de edad; formó con
            los penados por delitos leves una compañía de salvaguardias, y pidió a la junta
            de armamento y defensa 13 fusiles para tomar parte en la pelea sus individuos,
            y la contestó al enviárselos que, al confundirse belicosamente entre los
            valientes en el combate y el peligro, era la mayor garantía del triunfo de la
            santa causa de la libertad, y que con aquel paso inspiraban confianza a sus
            subordinados, convirtiéndose en corporación de héroes; confiaban en el
            triunfo, y que no sucumbiría Barcelona sino bajo las ruinas y el incendio, si
            los enemigos atacaran y penetraran en las trincheras, después de haber
            disputado el terreno palmo a palmo en medio de las llamas.
                 Todo
            era entusiasmo; todo valerosa decisión, cuando era ya inminente el peligro,
            cuando llegaba el momento de encarnizado, de feroz bregar, que parecían más
            bien desearle que temerle.
                 
             XXII. BOMBARDEO.
            ASALTO A LA C1UDADELA
                 
             Aunque
            se habia ordenado la salida de familias extranjeras,
            el 2 fué el cónsul francés al cuartel general
            pidiendo la suspensión del fuego. Se reprodujo este: en la mañana del 3
            descubrió la plaza una nueva batería, contra la que dirigió Sauz sus fuegos
            para acallarla, consiguiéndolo en parte; y para evitar que los centralistas
            dirigieran proyectiles a Gracia, se enviaron algunas granadas a la plaza de
            San Jaime: no se quería bombardear la plaza, sino dirigir los fuegos contra las
            baterías y fuertes.
             El
            peligro arreciaba; pero el entusiasmo no decaía: los que no peleaban recorrían
            las calles improvisando canciones
                 La
            junta se dirigió a los barceloneses diciéndoles que sin ninguna provocación
            habían hecho los enemigos más de 1,000 disparos de balas rasas, bombas y
            granadas en un día, creyendo introducir el desaliento; pero que se equivocaban,
            porque barrios enteros se habían presentado a sus respectivos alcaldes pidiendo
            armas, sin contar los muchos ciudadanos que las reclamaban diariamente a la
            junta, no pudiendo reprimir su indignación; que era inútil se pusiera a prueba
            su ardimiento, y se complacía de que no eran vanas promesas los solemnes
            juramentos hechos sobre los aceros, de sacrificarse en aras de la patria antes
            que sucumbir.
                 Los
            concejales, que permanecían en sus puestos, enviaron una protesta al capitán
            general, porque se reducía a escombros una ciudad que los nacionales admiraban
            y codiciaban los extranjeros; que no se la reducía así a la obediencia; que el
            bombardeo de 1842 minó por su base el gobierno de Espartero; que cada
            proyectil engendraba nuevos soldados, y la continuación del bombardeo, más
            destructor que el de 1842, daba nuevos bríos; que al decretarle el general sin
            hacer una intimación, sin enviar un recado de urbanidad siquiera, ni a las
            autoridades, ni a los representantes de las naciones extranjeras, había
            violado el derecho de gentes, saltando por todas las leyes divinas y humanas, y
            «dado un paso, después de mil pruebas de valor y heroísmo que forman el elogio
            de V. E., que la historia calificará indudablemente con los feos dictados de
            bárbaro y cobarde;....» y le hacían responsable de las desgracias causadas y
            que se causaren.
                 Sanz
            consideró esta atrevida protesta como hija del despecho; continuó el fuego,
            tuvieron que buscar más seguro asilo las juntas y el ayuntamiento; se concibió
            el temerario proyecto de asaltar la ciudadela, y al ejecutarlo una compañía
            suelta de voluntarios mandada por D. Juan Muns, otra
            de San Martin de Provensals y la de salvaguardias,
            guiadas todas por Bosch y otros vocales de la junta y de la de armamento,
            estando ya en el foso sin ser apercibidos, se encontraron con que las escalas
            eran cortas, a pesar de lo cual estuvieron dos horas buscando un sitio de la
            muralla de menos altura sin que se apercibiera el enemigo. Al fin ejecutaron el
            asalto al amanecer por la media luna de la Cordelería, y al coronar la muralla
            se vieron en una fortificación aislada, con un segundo foso que bajar y un
            nuevo asalto que intentar; pero en aquellos momentos se rompió una escala,
            cayendo con estrépito cuantos por ella subían; aclamóse intempestivamente a la junta central, alarmóse la
            guarnición, empeñóse cruenta lucha, y horrible en la
            estrechura de los fosos, y a pesar del fuego de fusilería y metralla pudieron
            retirarse los más, llevándose muchos heridos, incluso el valiente Bosch y Patzi, que falleció al día siguiente a la vez que la junta
            daba cuenta al público de lo sucedido, ofreciendo que aliviaría la suerte de
            las familias de las víctimas.
             
 XXIII. INÚTILES
            SACRIFICIOS
                 El
            constante fuego de más de 30 piezas de artillería no había hecho adelantar un
            paso a los sitiadores, ni amenguar el heroismo de los
            sitiados, que se apresuraban a llenar los huecos de los defensores de los
            derruidos baluartes, cubiertos muchas veces de cadáveres, pero sin que faltaran
            a su lado los que conservaban enhiesto el pendón negro y rojo. Esto hizo a Sanz
            arreciar más de una vez en su empeño; las salvas del 10 de Octubre se hicieron
            con bala; en los días 20, 22, 23 y 24 se arrojaron sobre Barcelona más de
            5,000 proyectiles, de los que 2,830 lo fueron ese último día, como si
            quisieran celebrar los días de los presidentes de ambas juntas, Degollada y
            Ferrater. Se producían algunos incendios, se lastimaban muchos edificios y se
            ocasionaban desgracias en mujeres y niños, por lo que apenas transitaba gente
            por las calles, y era verdaderamente lúgubre el aspecto de la ciudad.
             Habíase
            instalado en Gracia una junta de armamento y defensa compuesta de los
            representantes de los partidos judiciales para reemplazar a la diputación
            provincial, y se dirigió a los habitantes de la provincia pidiendo su
            cooperación para acabar con los centralistas. Esto, y el ser Gracia el asilo de
            cuantos se marchaban de Barcelona, les tenía algo exasperados y enviaron
            algunos proyectiles a aquella población, que perturbaron no poco, y dieron
            lugar a que Sanz amenazara con arrojar bombas dentro de la ciudad si no cesaba
            el fuego contra pueblos indefensos como aquel, Sans y otros; la junta contestó
            con la bravura que en todo mostraba.
                 Tanta
            resolución merecía algún respeto, y Sanz deseaba obtener, más que por la
            fuerza, por la persuasión o por la convicción, el convencimiento de los
            sitiados de que no podían triunfar, y aunque este ya le iban teniendo, que
            comprendieran la esterilidad de su heroico sacrificio; y como no era él rigor
            la mejor arma para vencerlos, se respetaba la vida de Riera y demás
            prisioneros; se procuró no dirigir bombas a la población, limitándose con más
            o menos exactitud a contestar a los fuegos de la plaza, si bien haciendo los
            sitiadores tres disparos por uno; y al saber que fabricaban moneda, dirigieron
            sus proyectiles huecos a destruir el artefacto, como los dirigieron también a
            la plaza de San Jaime por los disparos que se hacían a Gracia.
                 El
            28 de Octubre iban ya cincuenta y seis días de fuego sin el menor desaliento en
            los sitiados que, a pesar de la estrechez del bloqueo, efectuaban salidas con
            más o menos éxito; todo inútil: la situación de los centralistas era cada vez
            más apurada; la de Barcelona cada día más triste. Nada podían esperar ya de
            Ametller ni de Martell, y vieron a los sitiadores saludar la rendición de
            Zaragoza, que lo hicieron con salvas sin bala, repique de campanas y tocando
            las músicas himnos patrióticos. Empezó a pensarse en transigir, y se comisionó
            el 5 por la junta al Sr. Montau, redactor que había
            sido de El Constitucional, para negociar con el general Sanz la conclusión de
            tanto desastre.
             
 XXIV. GERONA,
            AMETLLER. Y PRIM
                 Ametller
            había sido una grande esperanza para los barceloneses; pero cuando para
            esquivar terribles golpes tuvo que fraccionar su gente, no pudiendo conseguir
            en la provincia de Gerona lo que se había propuesto, viendo bloqueada aquella
            capital y él sin acción, decayó su prestigio y su autoridad fue nula.
                 Persiguiéndole Prim bloqueó Gerona el 29 de Setiembre, atacó el 2 de Octubre la posición inmediata de Santa Eugenia, se apoderó de ella, se dirigió a Figueras, donde entró, y negándose el gobernador a abrirle las puertas, volvió hacia Gerona, fue estrechando a Ametller, accedió a la suspensión de hostilidades que este le pidió, siguió Prim formalizando el sitio, concedió la salida de las mujeres, niños y ancianos, y revocó la orden al ver que de la plaza no permitían salir a los que más lo deseaban, por quedarlos por rehenes. Acercábase el momento
            de obrar, y reconociendo Prim los fuertes de la plaza desde un punto avanzado,
            dio una bala de cañón a sus pies y le cubrió de polvo: corrieron hacia él sus
            ayudantes creyéndole muerto, y le vieron dirigiendo tranquilamente su anteojo
            a la plaza: instáronle para que se retirase, y
            permaneció siendo blanco de la artillería enemiga, llegando a faltarle por
            cinco veces el terreno que pisaba.
             Rompiéronse las hostilidades, y después de dos días de cañoneo, Prim y Ametller acordaron el 18 una suspensión, y se convino que el segundo enviase algunos oficiales a Barcelona y Figueras a conocer la situación de unos y otros contendientes: amplió Prim la suspensión; llegaron los comisionados, que no pudieron penetrar en la plaza ni conferenciar con Degollada aun cuando le escribieron para que saliera a campo neutral, lo cual no era tan fácil como haber dejado penetrar a los comisionados; y al volver estos a Gerona el 22, iban convencidos de que su bandera había sucumbido. Después de oírlos Arnetller, pidió veinticuatro horas de término para decidir, y una prórroga de dos más después, mediando a su cumplimiento parlamentos y negociaciones, y con los castillos de Figueras y Holstalrich, que albergaba, el primero a Martell y a Terradas, que querían resistir: prevaleció su opinión, volvió el cañoneo en la tarde del 25, se apoderó Prim del arrabal de Pedret, continuó el fuego el 26, salió Martell en tanto del castillo de Figueras con una columna a reclutar gente para inquietar a los sitiadores de Gerona, repetía estas salidas, pero el país respondía débilmente; no se evitó se estrechara cada vez más el sitio, y cuando se mandó abrir brecha y se adoptaban disposiciones para el asalto, pidióse capitulación, estipulándose, en la que se firmó el 7 de Noviembre, que Ametller saldría libremente con la guarnición de Gerona para Figueras, donde a los cinco días habría de realizarse la capitulación definitiva, redactada sobre las bases de la de Zaragoza. El castillo de Holstalrich debía entregarse inmediatamente a las tropas del gobierno, y se enviaban a Barcelona los dos oficiales que fueron anteriormente para dar cuenta a junta de lo pactado. Para
            la entrega de Figueras se presentaron dificultades sobre la interpretación de
            las bases, por haber pasado el Fluviá un batallón de Prim, lo cual indujo a
            Ametller a declarar el 13 desde Figueras que quedaba nulo el tratado. Prim,
            desde su cuartel general de Vilafant, calificó de
            innoble la conducta de Ametller, considerando hollada la estipulación que
            firmó; denunció saqueos y asesinatos, declaró traidores a la reina y al Estado,
            y forajidos a los que se hallaban en el fuerte de San Fernando de Figueras
            capitaneados por Ametller y a los que les auxiliaran, apoyaran o tuvieran
            relaciones con ellos, aplicando a todos las penas que marcaban las leyes;
            estableció el bloqueo del castillo, declaró que fusilaría a los espías de
            cualquiera sexo, edad o condición, y disolvió la milicia de Figueras.
             Fuertes
            en el castillo los restos centralistas, resistieron enérgicos; y al celebrarse
            en la villa el 21 con músicas y campaneo la rendición de Barcelona, los del
            castillo contestaron disparando con bala rasa. O les impulsaba la
            desesperación, o no se comprende tal proceder; porque si, como se ha dicho, resistiría
            Ametller hasta recibir órdenes del infante D. Francisco, interesado en la boda
            de uno de sus hijos con la reina, no era solamente de los centralistas de los
            que podía esperar conseguir su objeto.
                 
 XXV. RENDICION
            DE BARCELONA
                 Barcelona
            se había ya rendido. Después de la conferencia del Sr. Montau,
            se comisionó a los Sres. Soler y Matas y Ronquillo, y a las diez de la noche
            del 11 de Noviembre acordó el general la capitulación de la plaza, y mientras
            se convenian las bases se suspendieron las hostilidades por cuarenta y ocho
            horas. Pasaron estas sin resultado, porque los intransigentes de Barcelona se
            negaban a  todo armisticio, gritando la multitud por
            plazas y calles: ¡Nada de capitulación! ¡Mueran los pasteleros! ¡Viva la junta
            central! Y volvió a tronar el cañón.
             Había
            cambiado mucho el aspecto de Barcelona: estaba sola en su empeño; era inútil su
            sacrificio, y al entusiasmo sucedió el desaliento, a la alegría la tristeza; no
            existía aquella unión de voluntades que daba tanta fuerza; corrió la voz de
            que iba a ser bombardeada la ciudad, y como si se presintiera ya la anarquía,
            comenzaron a cometerse algunos robos y desmanes. En esta situación, los
            cañonazos que saludaron con gran estrépito el alba del 15 de Noviembre, asustaron
            a unos y aterraron a otros, creyendo llegado el fatal momento; pero a poco les
            participó el capitán general que las Cortes habían declarado mayor de edad a
            la reina, que había jurado ante las Cortes, y que S. M. le enviaba un
            extraordinario para manifestar a las autoridades y habitantes de Barcelona,
            que deseando su maternal corazón inaugurar los actos de su poder de una manera
            suave y benéfica, consolando las familias a quienes afligía la extraviada
            conducta de los que sostienen todavía las quiméricas ideas que proclamó la
            anarquía, le autorizaba para llamar a la obediencia a los extraviados,
            haciéndoles las concesiones que confiaba a su criterio, y le prevenía indicase
            las bases del convenio que juzgase razonables para la pronta sumisión de la
            ciudad; y existiendo ya en Barcelona el expresado documento, esperaba el recibo
            del escrito para elevarlo a conocimiento del gobierno.
                 Dio
            la junta publicidad al oficio del capitán general, y comisionó a D. Pedro
            Oliva, cónsul de Grecia y encargado accidentalmente de los demás consulados
            para negociar con el general, reuniendo a la vez comisiones de la fuerza
            armada, junta y ayuntamiento para deliberar. Hizose con cordura y patriotismo; no se mostró desaliento, hubo conferencias con la
            autoridad militar; que para mayor facilidad y brevedad se trasladó de Gracia a
            la ciudadela, e hizo algunas concesiones de política y de conveniencia
            pública, por no volver a usar de la fuerza y entrar en Barcelona como
            pacificador, no corno conquistador.
             Decía
            la junta al capitán general el 17, que la bandera proclamada en Barcelona era
            la misma que abrazó y juró sostener el ministro universal D. Francisco Serrano,
            y en ella estaba inscrito el lema de unión de todos los españoles, y bajo este
            concepto no podían ser considerados como rebeldes los valientes defensores de
            aquella rica capital; y al tratarse de un acomodamiento, debían mediar los
            pactos que se hacen a hombres libres, que profesan principios fijos, que los
            abrazan por convicción y los defienden con heroísmo que los defensores de la
            ciudad, sin querer indagar las causas de que la bandera de junta central no
            ondease triunfante en todas las provincias de España, respetarían el hecho, y
            sin pretender dar la ley a las demás, recibirían y obedecerían al gobierno
            que el resto de la nación hubiese recibido y obedeciese; que la declaración de
            la mayoría era un hecho importante, y sin que los defensores de Barcelona
            entraran en cuestiones de derecho, lo recibirían como un hecho consumado, sin
            acordarse de otra cosa que de la que había sido declarada mayor de edad antes
            del tiempo que prescribe la Constitución, era la reina de las Españas, que
            pensaba inaugurar su reinado abrigando bajo su manto a todos los españoles; que
            los defensores de la ciudad podrían, sin faltar a su honor, prestarse a un
            tratado razonable, conveniente a su dignidad, estando si no, resueltos a
            envolverse en las ruinas de la segunda capital de España; que teniendo el
            general facultades, y siendo la junta la única autoridad que acataban y reconocían,
            proponían pasasen cinco comisionados para tratar del convenio. Accedió el
            general, y el mismo día 18, que conferenció con los comisionados, se ajustaron
            las bases de la capitulación. No las aceptaron algunos intransigentes; se pidió
            una modificación a que se negó Sanz; envió un ultimátum amenazando romper las
            hostilidades al amanecer del 20, si antes de las doce de la noche anterior no
            quedaba concluido el convenio, no admitiendo después proposición ni parlamento
            alguno; causó esta advertencia acaloradas discusiones, y venciendo los que
            preferían una capitulación honrosa a una desesperada resistencia, pasaron a
            las diez a la ciudadela los señores Riusy Rossell, Vert, Montoto, Pratsy Costa, y
            ajustaron un convenio que a todos honraba. No había en él vencedores ni
            vencidos; y como en una y otra parte no había dejado de ser aclamada la reina,
            en las bases convenidas en el día de su santo resaltaba la generosidad y
            nobleza del general, pues hasta se consignó que las tropas no entraban en
            Barcelona hostilmente, sino deseando estrechar a sus hermanos; y después de
            haber defendido juntos la Constitución y la reina en la lucha de siete años,
            anhelaban vivamente un olvido del pasado.
             No
            faltaron díscolos e intransigentes que rechazaron aquel convenio, clamando
            contra la junta, que publicó una proclama recordando lo que había hecho, sus
            fundados temores de lo que otros intentaban hacer, ocultando con la máscara del
            patriotismo sus instintos vandálicos, y que se retiraba de la escena
            aconsejando se acogieran todos pronto a tan honrosa capitulación.
                 Aquella
            junta que mostró tanta resolución y heroísmo se vio perseguida; tuvieron que
            acogerse algunos individuos á pabellón extraño, y embarcarse después con los de
            la de armamento y defensa y otras personas que se consideraban comprometidas,
            en un vapor francés para Marsella.
               Efectuó
            Sanz su entrada en Barcelona el 20; revistó sus fuerzas y las que guarnecían
            la plaza; se permitió la libre entrada en la ciudad, observándose para la
            salida las reglas marcadas por las leyes; se dieron otras disposiciones para el
            mejor cumplimiento del convenio, y como nunca faltan díscolos y extraviados,
            fanáticos unos, e inconscientes instrumentos otros de malas pasiones,
            victorearon a la junta central y quisieron renovar deplorables escenas; pero
            se sofocaron inmediatamente aquellos intentos, se ordenó el desarme de la
            milicia en el término de seis horas, anunciando se infringía el convenio,
            conminando con ser pasados por las armas al que en dicho, tiempo no las
            entregase, así como las municiones, etc. Todos cumplieron.
                 No
            se respetaba tampoco la capitulación, disolviendo las corporaciones populares
            y nombrando otras provinciales, aun cuando compuestas de dignísimas personas.
                 La
            diputación interina se dirigió el mismo 21 a los habitantes de la provincia,
            felicitándoles por la ocupación de la capital por las tropas del gobierno,
            esperando que no sería estéril la lección recibida, cuyas consecuencias se
            debían reparar; que todos los buenos patricios secundarían sus esfuerzos para
            el afianzamiento de la paz y de las garantías individuales; que no fuera
            ilusorio el imperio de la ley, y que volvieran los barceloneses a sus tareas,
            seguros de la protección de las autoridades, para que el reinado de Isabel II
            lo fuese de paz y prosperidad.
                 El
            ayuntamiento provisional anunció su instalación, alzando la enseña de paz y
            conciliación aclamada en Mayo y Junio, a la que deseaba se agruparan todos;
            protestaba que no había sido Barcelona la autora sino la víctima de las
            desgracias pasadas, porque toda se había lanzado fuera, y que regresaba para
            que fuera la ciudad lo que siempre había sido, centro de civilización y de
            cultura; olvidar lo pasado, que todos auxiliasen a la corporación municipal en
            sus patrióticos propósitos para el mejor gobierno interior de la ciudad, y que
            cuando les designaran como anhelaban sus sucesores, pudiera decirse que habían
            merecido bien de sus conciudadanos.
                 También
            el jefe político recomendó a los barceloneses la reconciliación y unión, y que
            volviera cada uno a sus ocupaciones; y el capitán general, que no podía menos
            de justificar sus últimas determinaciones, dijo a los mismos el 23, que cuando
            el 20 entró en la ciudad les anunció que su misión era de paz, pues deseaba
            su felicidad; que unidos todos los españoles fundasen una amistad fraternal
            para que empezase a florecer la nación, y se conociese el reinado venturoso de
            Isabel II; que amante de la industriosa Barcelona, procuró preservarla de los
            rigores de la guerra, y acordó a los obcecados que la defendían un convenio
            honroso y un olvido general de lo pasado, figurándose que aceptándolo, como lo
            hicieron, habría exactitud en el cumplimiento; pero que un puñado de hombres
            detestables quisieron originar su ruina; que el art. 3° del convenio nada fue para
            ellos, porque ni un sólo armamento de los cuerpos francos le entregaron, y
            menos cuidaron de que se le presentasen para recibir las licencias estipuladas;
            que tampoco cumplieron el articulo 8°, que ordenaba
            la formación de un depósito de los presidiarios hasta la resolución de S. M., y
            lejos de cumplirlo, embebieron estos y los francos en las filas de la milicia
            nacional, anulando esta bella institución y llenando de baldón y de infamia a
            las filas beneméritas de la patria; que anheloso de enmendar este error e
            impulsar el cumplimiento reciproco de la estipulación, llamó a lo jefes de la milicia, les indicó su desagrado por haber
            abrigado en sus filas a unos criminales, y les ordenó en vano presentasen
            relaciones de ellos; que suponía no podría haber español tan desnaturalizado
            que se complaciese en fomentar la destrucción de su patria, engañando a la
            muchedumbre, amenazando la tranquilidad pública, dirigiendo grupos armados de
            la milicia nacional sobre el barrio de Gracia, donde se dieron vivas a la junta
            central, renovándose la escena por la noche en la plaza del Rey, donde tuvo que
            presentarse para arrestarlos y castigarlos ejemplarmente; que el desarme de la
            milicia era para depurarla y organizaría con arreglo a las leyes cuando fuese
            conveniente; que nada omitiría para cimentar el orden, la paz y la felicidad
            pública; que desgraciado de aquel que quebrantase las leyes o intentase
            perturbarlas; la perpetración del delito y la ejecución del castigo serian
            simultáneas; que los catalanes de todos los matices políticos olvidasen la
            divergencia de sus opiniones pasadas, recordando que eran españoles, y que
            sin. unión la industria perecía, las artes se aniquilaban, y que las fortunas
            terminaban; que toda su ambición se fundaba en su tranquilidad presente y
            futura, estando dispuesto a nada omitir para consolidarla haciendo castigar en
            el acto a todo el que procurase alterarla.
             Durante
            el asedio se arrojaron a la ciudad sobre 14,000 proyectiles, los cuales y el
            fuego de fusilería produjeron unos 340 muertos y pocos más heridos.
                 Del
            estado de ingresos y gastos publicado por el Tesorero de la junta D. Vicente
            Soler, resulta que desde el 2 de Setiembre al 20 de Noviembre en que fue
            ocupada la plaza, ingresaron en la Tesorería de la junta, por los diferentes
            conceptos que se expresan…..4.355,821 reales. Y se gastaron 4.355,516.
            Resultando un saldo contra la caja de 304.
                 Mr.
            Lesseps, que en 1841 se interesó tanto por los barceloneses, y tan activo y
            humanitario se mostró para aminorar los estragos del sitio, lo cual le valió
            tantos aplausos y recompensas, en esta ocasión so retiró a la Barceloneta, y
            apenas tuvo una palabra en favor de la humanidad: ¿qué extraño, pues, se crea
            que en 1842 servía al gobierno de Luis Felipe, favoreciendo la causa de la insurrección
            contra Espartero, y ahora prestaba el mismo servicio ayudando al gobierno?
                 En
            cambio a D. Pedro Oliva, cónsul de Grecia, como español y amante de la
            humanidad, tuvo esta y los barceloneses mucho que agradecerle.
                 
             XXVI. SITIO
            Y RENDICION DE FIGÜERAS
                 La
            rendición de Figueras importaba y urgía, y para conseguirlo más en breve,
            Sanz, acompañado del jefe de estado mayor Lasauca, se
            embarcó en Barcelona, llegó el 1de Diciembre a aquella villa, asentada en
            deliciosa llanura entre los ríos Muga y Manol, a la
            falda de una eminencia, sobre la cual está el castillo de San Fernando; activó
            los trabajos de sitio, intimó la rendición, mediaron tratos y conferencias, y
            de resultas de la efectuada en la tarde del 4 entre Ametller y Sanz, en la
            carretera del castillo, que duró hora y media, se suspendieron las
            hostilidades; pero exigiendo los sitiados la conservación de los empleos,
            grados y condecoraciones concedidas por la junta, colocándoles en sus
            respectivos destinos, mediante la aprobación de S. M.; que la milicia nacional
            de Figueras conservaría sus armas sin estar sujeta a reorganización bajo
            pretexto alguno: incomodaron al general tales exigencias, regresó el 6 a
            Barcelona, y volvieron a romperse las hostilidades, tronando el canon,
            produciendo nuevas víctimas y especialmente ruinas, siendo muchas las casas
            destruidas en el horroroso fuego que hizo la plaza sobre la villa el 8 y 9
            —Diciembre.
             Acudieron
            más fuerzas de Barcelona, hizo Prim ir a Figueras la familia de Ametller y de
            muchos de los que con él estaban, con objeto de contener a los que bombardeaban
            la población; temiendo tanto más los de la villa, cuanto que Ametller al
            recibir reparos de Sanz a algunas de las adiciones y modificaciones a los
            proyectos de convenio que habían mediado, manifestó que dichos reparos y la
            amenaza firme de que si a las siete de la mañana del 6 no obtenía contestación
            de adherirse clara y terminante al convenio, quedaba anulada la negociación, y
            rotas para siempre las hostilidades, había causado en su ánimo la indignación
            que hace en el pecho de los libres el ver que quiere sujetárseles a un acto que
            por sus circunstancias es humillante y deshonroso. “Antes de suscribir a él,
            sabrán perecer entre las ruinas de esta fortaleza todos los valientes que la
            defienden. Ruja, pues, el cañón, ya que se niega V. a conceder lo que
            justamente se reclama, por quienes en vez de delinquir llenaron un deber
            sagrado para con la causa de la libertad. Esto supuesto, si antes de las siete
            de la mañana del dia 6 que V. mismo fija, no me
            manifiesta hallarse dispuesto á modificar los citados
            reparos, quedarán rotas las hostilidades, pues el guante que con arrogancia
            arroja V. ha sido recogido con la serenidad que distingue a los hombres
            esforzados. Dios guarde a V. muchos años.—San Fernando de Figueras 5 de
            Diciembre de 1843, a las doce de la noche.—Narciso de Ametller. —Al jefe de las
            fuerzas del bloqueo de esta fortaleza”.
             A
            la una de la noche le recibió Sanz, y contestó a las dos serle en extremo sensible
            que no fuera compatible con sus deberes la concesión de los artículos 2.°, 4.°,
            6.° y 14.° del convenio que le remitió, no pudiéndose comprometer a otra cosa
            respecto al 2.° y 6.°, que contribuir con toda su influencia a que la
            benignidad de S. M. ampliara las concesiones que él
            tenía hechas. «Por lo que respecta al artículo 4.°, V. mismo conoce que no me
            sería posible acceder a él sin comprometer la tranquilidad pública, que a
            cualquiera costa estoy dispuesto a  conservar. Resta
            el artículo 14.º que no es posible conceder como está redactado sin dar lugar a  monopolios que deseo evitar; admito sí el que V. me
            dé una relación de los pueblos que hayan adelantado o  satisfecho pagos por orden de la junta o al gobierno de sus delegados, cuyos
            pueblos, presentándome en el acto sus recibos, se les canjeará dándoles las
            credenciales de resguardos competentes. Por lo demás, sólo una susceptibilidad
            excesiva puede hacer que V. vea una amenaza en el final de mi comunicación, que
            sólo envuelve y marca el testimonio ordinario de toda capitulación que no es
            admitida, y es el rompimiento de las hostilidades, que para tratar de ellas,
            habían quedado interrumpidas, como quedaron, entre nosotros. Siguiendo, pues,
            en la misma idea, y bajo el mismo pie, reitero a V. que a las siete de la
            mañana quedan rotas y nulas nuestras relaciones, si antes no son admitidas por
            esa guarnición, tales cuales se las tengo concedidas.
             A
            las seis y media contestó Ametller que careciendo Sanz de las facultades que
            expresaba para otorgar los artículos 2.° y 6.°, pasase a Madrid una comisión de
            la guarnición y patriotas para negociar con el gobierno, suspendiéndose en
            tanto las hostilidades; a lo que respondió el general a las siete y media, que
            ordenaba el conde de Reus que a las nueve quedaban rotas las hostilidades.
                 Después
            del cañoneo expresado, estrechó Prim la línea del bloqueo, más eficaz con la
            llegada de refuerzos; se reanudaron las negociaciones; conservaba el nunca
            abatido espíritu de los sitiados la creencia de lo que algunos periódicos
            decían, que peligraba la Constitución y se pretendía casar a la reina con el
            hijo de D. Carlos; dirigieron una alocución en este sentido el 16 al ejército
            de Prim, varios soldados y nacionales del castillo, y firmes, cada uno en su
            puesto, al grito de libertad en una y otra parte, tronaba el canon, y aclamando
            unos y otros a Isabel II constitucional, se mataban cruentos, siendo feroz el
            luchar del 21.
                 En
            la mañana del 23 llegó el barón de Meer a Figueras
            con alguna artillería de grueso calibre y considerable número de proyectiles y
            sobre cuatro batallones, e impidió enseguida toda comunicación con los
            sitiados.
             Se
            reanudaron las negociaciones; intervinieron en ellas don Pascual Madoz, y
            Ovejero, que conferenciaron con el ministro de la Guerra, que hizo las
            modificaciones posibles, y previa capitulación del 11, quedó el 13 —Enero
            1844— el castillo de San Fernando de Figueras en poder del barón, con
            artillería, pertrechos, víveres y más de 3,000 fusiles: firmando la
            capitulación Meer y Ametller.
             Graves
            acusaciones se dirigieron contra Prim, especialmente por el Sr. Balari, al que había perdonado la vida; pero el Sr. Guilly y Ramírez estableció la verdad de los hechos en la
            prensa, y el mismo conde de Reus se sinceró en pleno Congreso el 21 de
            Noviembre de 1850.
             El
            16 de Diciembre se despidió el general Sanz del ejército y habitantes de
            Cataluña, para ser reemplazado por el barón de Meer,
            habiéndolo sido antes el jefe político por el general D. Ricardo Schelly, que se anunció a los barceloneses para consagrarse
            a su felicidad.
             El
            barón dijo placentero el 19 a los catalanes, al encargarse por segunda vez del mando de aquel ejército y principado, que restablecida la
            tranquilidad, no fuera ésta efímera, ni la unión de todos; que no se usara ya más
            la palabra partidos, sino para detestarla y proscribirla, y que entonces
            florecerían las artes y el comercio y mejorarían las costumbres públicas; y al
            ejército recomendó la completa abstención de la política y la estricta
            observancia de la disciplina.
             
             XXVII. REUNION
            DE CORTES—SITUACION DE MODERADOS Y PROGRESISTAS
                 Para
            reunir las Cortes el 15 de Octubre—eran las décimas desde la muerte de
            Fernando,—con el lema de unión, fraternidad, concordia entre todos los
            españoles, se acabaron los partidos, las pandillas, las discordias, todos somos
            españoles, convocó el gobierno los comicios; se abrazaban algunos de los que
            más de corazón se habían aborrecido, y sin embargo, ni aun en el mismo
            gobierno había unidad de pensamiento y menos de miras, porque en aquella clase
            de coaliciones se piensa en vencer al enemigo coman para vencer luego al
            compañero. Evidente era el exclusivismo y la incompatibilidad de los
            principios políticos de los coaligados, y ya en el carácter que habían de
            tener las Cortes hubo cuestión, por no faltar quienes desearan fuesen
            constituyentes.
                 Se
            faltó a la Constitución al renovarse en su totalidad el Senado, debiendo serlo
            en su tercera parte; se faltaba al artículo que fijaba para el 10 de Octubre
            del 44 la mayoría de la reina, y a pesar de estas infracciones, no se daba a
            las Cortes el carácter de constituyentes; y todos querían, sin embargo, que la
            Constitución fuese una verdad, cuando no lo era el deseo.
                 Iban
            a hacerse las elecciones hallándose las garantías constitucionales conculcadas
            o destruidas, reinando la anarquía en los ayuntamientos y diputaciones
            provinciales, según confesión del mismo gobierno; pero este se vio servido por
            las juntas, por las corporaciones populares y por los electores; y las Cortes,
            donde figuraba una imponente minoría progresista, no protestó de ninguna
            infracción; así que no hay derecho para echar en cara al gobierno y a los que
            resueltamente le apoyaban, la infracción del código fundamental, sino su
            hipocresía de lenguaje, blasonando de adicto a la Constitución.
                 Con
            casi igual número de diputados de una y otra fracción al abrirse las Cortes, a
            cuya primera sesión sólo asistieron 37 senadores de los 144 nombrados, y 84
            diputados de los 250 elegidos, reinaba en todos la más completa desconfianza,
            como si unos y otros hubieran resuelto observarse para obrar como la conducta
            de su adversario exigiese. Desde luego empezaron a creer los progresistas que
            la reunión de aquellas Cortes era la última concesión que los vencedores
            otorgaban a los vencidos, y ya conocían demasiado que se trataba de
            sacrificarlos a toda costa, y los moderados, dueños de la posición y de las
            fuerzas, les observaban, para anonadarlos a la primera señal que hiciesen de
            resistencia. El rompimiento para el partido progresista no podía menos de ser
            funesto, y había que evitarle, por lo mismo que le deseaban algunos para
            efectuar los planes hacía tiempo concertados; y en su consecuencia, se
            nombraron las comisiones de actas con la mejor armonía, formándolas por igual
            moderados y progresistas; se examinaron las elecciones con bastante imparcialidad,
            y se comenzaron a organizar las fuerzas para la elección de presidente, a la
            cual se daba grande importancia, porque se creía al hacerlo, nombrar la
            persona que debiera formar más tarde el nuevo ministerio; y en este período,
            cuyo conocimiento interesa, se elaboró la crisis que se produjo en breve, y que
            tan desastrosa fue para los progresistas.
                 En
            las discusiones, rompió el primero las hostilidades D. Joaquín Campuzano, más
            bien por su cuenta que por la del partido, o interpeló sobre los sucesos de Barcelona,
            de Zaragoza y Junta central; defendió López al gobierno con los argumentos ya
            conocidos, y en el Congreso el conde de las Navas se quejó de haberse
            arrancado con la fuerza armada unos anuncios puestos en las esquinas, de los
            que no podían, en verdad, lisonjearse sus autores; pero al decir que las
            libertades no peligrarían mientras los diputados de la nación estuviesen allí,
            contestó Narváez que tampoco mientras hubiese militares como los que componían
            la guarnición de Madrid; y el ministro de la Gobernación, Sr. Caballero,
            añadió: «que mientras hubiera ministros como los que merecían ocupar los
            bancos, no peligraría ni la libertad de imprenta ni ninguna libertad»
                 Pero
            este y otros incidentes, inclusa la interpelación del señor Bernabeu,
            firmante arrepentido del manifiesto de Reus y de la coalición, carecía de
            verdadera importancia ante la cuestión de presidencia.
             Divididos entre sí los progresistas y moderados, y discordes en los medios de conseguir el objeto que se proponían, aspiraban los primeros al triunfo de sus principios, personificándolos en D. Manuel Cortina, para que de la presidencia del Congreso pasase más tarde a la del gobierno; si bien más cautos algunos de la misma comunión política, y convencidos de que no se podía o no convenía arriesgar tan decidida y peligrosa batalla, dirigían sus esfuerzos a que continuase el ministerio López, creyendo era esta la única manera de que no sucumbiesen por entero los principios, que no podía dudarse defenderían los que lo componían, ni las personas por quienes habían necesariamente de tomar el debido interés. Los moderados, en general, creían llegado el momento de su completo triunfo; pero más cautos también algunos, querían remover los obstáculos que aún lo estorbaban, o hacían dudoso, y resignábanse a una época de transición, durante la cual pudiera hacerse lo que para llegar con seguridad al término apetecido pudiera faltar 
 SEGUNDA PARTE. LA JOVEN ESPAÑA .
                   
             
 
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